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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La silenciosa protesta de Kaepernick

09 de septiembre de 2016 - 00:00

Durante las Olimpiadas en Río, el subteniente Sam Kendricks, reservista del Ejército de Estados Unidos, se detuvo en mitad de su participación en el salto con garrocha cuando escuchó el himno nacional de su país. Viendo el video, parece un acto genuino de patriotismo (en esta época donde todo acto viral no es más que acto publicitario).

En un estadio olímpico, donde miles de atletas están participando y moviéndose simultáneamente, Kendrick se detiene, sin tener muy claro de dónde viene la música y hacia dónde debe mirar, y se mantiene parado hasta que termina el himno.

El patriotismo, sin embargo, es una cosa compleja. Lo es, porque el patriotismo es tanto las muestras de respeto como las críticas. También porque cualquier persona puede manifestar su patriotismo, siempre que sea en forma de respeto a la patria. Pero la crítica la tenemos reservada para ciertos individuos, en ciertas situaciones, que cumplan ciertas características. En tres juegos de la pretemporada de fútbol americano, Colin Kaepernick decidió no levantarse durante el himno nacional. Fue una protesta silenciosa. Cuando le preguntaron por qué lo hizo, Kaepernick contesto: “No voy a levantarme y mostrar orgullo por la bandera de un país que oprime a los negros y a la gente de color. Para mí, esto es más importante que el fútbol, y sería egoísta de mi parte mirar hacia otro lado. Hay cuerpos en las calles y les están dando permisos pagados a personas que salen impunes de asesinatos”.

Kaepernick hace referencia a lo que, a estas alturas, parece un problema estructural y sistemático de racismo y abuso por parte de la Policía americana contra la población negra (y, menos visualizado pero igual de generalizado, contra musulmanes y latinos). Sus declaraciones, por ser fuertes, no dejan de ser fiel reflejo de un discurso y un debate que, a fuerza de tragedias, se está formando en Estados Unidos. Kaepernick no es el primero ni el más prominente vocero que ha criticado esta situación. Ni siquiera es el primer deportista en protestar en contra de esto. Smith y Carlos lo hicieron alzando su brazo en las Olimpiadas del 68.

Los Miami Heat (encabezados por LeBron James) lo hicieron usando hoodies en honor de Trayvon Martin. Los Chicago Bulls y los Brooklyn Nets los hicieron con camisetas que decían ‘I can’t breathe’, recordando las últimas palabras de Eric Garner.  Pero las reacciones contra Kaepernick han sido viscerales. Lo han tildado de antipatriota, antiamericano, traidor, por deshonrar la nación; y aquellos que, como Kendricks, la sirven en el Ejército. El candidato republicano Donald Trump sugirió que Kaepernick debería “encontrar un país que sea mejor para él”. Y mientras los grupos de derechos civiles han visto esta demostración pública de inconformidad como un acto heroico, la opinión pública ha sugerido que no fue ni el momento, ni el lugar ni la forma adecuada para hacerlo.

La pregunta es: ¿Cuándo es un buen momento para protestar? ¿Cuándo es un buen momento para ejercer tu derecho a la libertad de expresión? ¿Acaso solo la protesta no debe incomodar al poder, al sistema? Los atletas, por la propia construcción mediática y mercantil que los ha glorificado, han sido limitados en sus espacios y en los temas sobre los que pueden manifestarse. Como si el deporte, al igual que el resto de actividades sociales, no pudiera ser también una manifestación política. Más allá del contexto geográfico, esta acción en particular -un acto ni estridente ni violento, como los que nos hemos acostumbrado a ver y de los cuales participamos- es, por sobre todo, un recuerdo de hacia dónde deberíamos llevar la discusión. Las reacciones, un recuerdo hacia dónde la estamos llevando. (O)

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