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El Telégrafo

La revolución democrática y la antinomia facciosa

24 de febrero de 2012 - 00:00

Uno de los mayores problemas que enfrenta cualquier  proceso revolucionario profundo y justo es, indudablemente, la resistencia  que establecen y ejecutan los grupos desplazados del poder de la nación y las peligrosas discordias que engendran en su seno.

La obstrucción contestaría  y a veces sediciosa de la derecha retardataria  y de la izquierda extremista -ambas atrabiliarias y violentistas-  construye las encrucijadas  de la desestabilización de un conglomerado en una suerte de apuesta siniestra  de nihilismo  irresponsable, acompañado de parodias persecutorias y de revanchas francamente conspirativas y delictivas (Recuerden el 30 de septiembre del año 2010).

La composición  de una fuerza antagónica  a los cambios sustanciales que una sociedad  requiere con urgencia, muchas veces tiene la arquitectura integradora del absurdo, o  la concepción de la praxia  contra natura, pues realmente  se encuentran basadas en el odio y el desprecio a un proyecto político  renovador; sin embargo  existe.  Y aunque los propósitos  para determinar  la amplitud,  los alcances de las innovaciones democráticas no solo están  en la  activación veraz  de sus planes y en la honestidad y transparencia de su líder,  por sobre todo corresponde  a la respuesta de buena parte de la población  a las palpables  medidas  positivas modificatorias de la vida  de las grandes mayorías, tal como  testimonia el pulso de la ciudadanía ecuatoriana en encuestas y sondeos recientes. Empero la contradicción está dada, se dilucidará  en este período electoral que se avecina.

Es evidente que en el Ecuador siempre estuvieron presentes las condiciones objetivas  para  una  transformación fundamental de las estructuras sociales, mas  las otras, las subjetivas, en forma casi impensada, se manifestaron con la presencia de Rafael Correa en la palestra pública. 

Los clásicos preceptos de  Duvergerde: “Pueblo, programa  y conductor”, para que  una insurrección armada o pacífica tenga el éxito adecuado, se dieron en una coincidencia histórica y feliz a partir del año  2007, con el advenimiento triunfal  de la revolución ciudadana, terminando en nuestra patria la angustia nacional y construyendo  conciencia  en toda  la república de  que  otro destino es posible.

Los nuevos rumbos ideológicos  del país y de América Latina conllevan la revisión de los viejos conceptos  ya un tanto extraviados en el tiempo, referentes a la decisión política  de la toma del poder  por las masas populares  bajo la tutela de una sola clase social.

Algunos  de estos principios evidentemente   dogmáticos  llevaron al pueblo a la inercia y al inmovilismo y ser presa fácil  del populismo  mesiánico y del fascismo derechista.

La “porfiada realidad”, sin embargo, transforma  los caminos y hoy estamos en la senda de la construcción de un Estado  constitucional  de derechos y garantías, gracias
a  una revolución realmente democrática y participativa.

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