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El Telégrafo
Emir Sader

La nueva ola conservadora en el mundo

27 de marzo de 2016 - 00:00

En los años 1960, Richard  Nixon creó la expresión “mayoría silenciosa”. En contraposición a los grandes sectores emergentes que participaban de la campaña por los derechos civiles, en contra de la guerra de Vietnam en los EE.UU., esa mayoría sería silenciosamente conservadora.  

Sería el “país profundo”, que ejercería en las urnas su voto a favor de la derecha, en contra del bullicio de las calles, limitada a una minoría de activistas. El mismo Nixon sería elegido presidente, finalmente, cortando la racha de gobiernos demócratas y la agitada década de 1960, como para confirmar su hipótesis. Un tiempo después, cuando Ronald Reagan despuntaba para ser gobernador de California y, después presidente de EE.UU., mucha gente decía que sería imposible que un pésimo actor de películas de cowboy se volviera presidente de los Estado Unidos. Pero él se eligió y se reeligió presidente del país más importante del mundo, consagrado por la victoria norteamericana en la Guerra Fría y la desaparición de la URSS.

Más recientemente, frente a George W. Bush, Reagan parecería un intelectual, pero Bush se volvió presidente de los Estados Unidos por dos mandatos. Todo pareciera confirmar la tesis de Nixon.

Ahora, en pánico, mucha gente se pregunta si Donald Trump puede llegar a ser elegido presidente de los Estados Unidos, en las elecciones de este año, a pesar de sus posiciones ultraconservadoras que él, de forma destemida, defiende en las primarias del Partido Republicano, volviéndose favorito para ser el candidato del partido.

Desde 1980, como el inicio del primer gobierno Reagan, Estados Unidos fue, en el espacio de los últimos 36 años, gobernado 20 años por los republicanos y 16 por los demócratas. Han controlado aun por período más largo el Congreso norteamericano. Y algunos demócratas, como fue el caso de Clinton, han dado un viraje conservador en las orientaciones del Partido Demócrata. Así, el conjunto del sistema político se ha vuelto más conservador en las últimas décadas.

El mismo Partido Republicano pasó por el Tea Party hasta llegar a la avalancha de Donald Trump, que pueda que no gane las elecciones de noviembre, pero seguramente va a empujar el centro político más hacia la derecha.

Pero no es solo un fenómeno norteamericano. En Europa, a pesar de la profunda y prolongada crisis neoliberal del capitalismo, las corrientes que más crecen y se fortalecen son las de la extrema derecha, que ya estaban enraizadas en Francia y ahora llegan a Alemania. Pero se reproducen en toda Escandinavia, así como en casi todos los países del este europeo.

Así como el discurso de Trump, el tema de los inmigrantes es central en todas esas corrientes, donde exhalan todo su odio, su discriminación, su egoísmo porque el inmigrante es “el otro”, “el extranjero”, “el bárbaro”, mientras que ellos se asumen como “los civilizados”. Blancos, religiosos, violentos, van construyendo una nueva derecha, todavía más conservadora, de más exclusión social, étnica y cultural.

Los fundamentalismos islámicos surgen en el campo político contrapuestos a esas corrientes, pero componen un movimiento similar de intolerancia, odio, violencia, exacerbación. Contribuyen a componer el cuadro de nuevas corrientes conservadoras emergentes en el mundo.

En América Latina, las sucesivas derrotas de la derecha en los países con gobiernos antineoliberales, han conducido a procesos de radicalización de la derecha.   
Desconocimiento de los resultados electorales, intentos de desestabilización política mediante campañas de los medios de reiteradas denuncias y de terrorismo económico,  búsqueda de descalificación personal de los líderes populares, acciones violentas de grupos terroristas, que han tenido, como una de sus consecuencias, la radicalización de sectores más o menos amplios de la clase media.

Se busca reinstaurar climas ideológicos de guerra fría, con la intolerancia, la discriminación. Se valen del control monopólico de los medios de comunicación para generar climas de desestabilización política, con pérdida de legitimidad de gobiernos, desprestigio de sus líderes, denuncias de corrupción generalizada de los políticos y de los partidos.

Todo produce procesos de despolitización, de desplazamiento de los grandes temas y desafíos de fondo que tienen esas sociedades, hacia temas como los de la corrupción, que es utilizado para criminalizar al Estado, que sería la fuente de la corrupción, según esa versión, que absuelve a las grandes empresas privadas.

Es, a la vez, una operación que intenta bajar la autoestima del pueblo de cada país porque sin ello, la derecha no logra imponerse; sin un pueblo desmoralizado, la derecha no puede implantarse. (O)

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