¿Para qué exhumar el cadáver de la historia, si son huesos hechos polvo? ¿Por qué insistir con la misma autopsia, si ya no encontráremos más nada que nos haga llegar a la verdad? ¿Con qué necesidad? La operación ideológica y cultural funciona en esta dirección. No se trata de visualizar escatológicamente al pasado como a un cadáver pudriéndose y llenando de un fuerte hedor nauseabundo el presente, sino de transparentarlo, aclarar ese cielo oscuro y abarrotado de nubes que relampaguean y no sabemos bien porqué. Sólo sabemos que son relámpagos. Hay heridas sin sanar y que aún no cicatrizan, porque hay cuentas pendientes que únicamente se cancelarán interpelando desde la memoria al pasado.
La idea de reparación histórica radica esencialmente en esto último, y cada acción que se haga desde el presente debe contribuir a evitar que el sistema que engendró todo el mal anterior, se siga propagando, ahora con nuevas formas y en una etapa donde vemos como los jinetes del apocalipsis se reinventan y se travisten. Empero, lo mismo sigue aconteciendo y la tragedia no hace más que repetirse como si surfeáramos en un remolino: represión en manos de las fuerzas estatales, desaparición de personas, tortura en cárceles y comisarias, bases militares controladas por marines, endeudamiento con los archiconocidos organismos multilaterales de crédito (Fondo Monetario Internacional - Banco Mundial). Esta historia ya la vivimos. Argentina se pone siempre el mismo vestido en todas las galas y cócteles. Si se lo comieron las polillas, que no se note.
Allá por la segunda mitad de los ´90, el historiador británico Eric Hobsbawm, en su libro Historia del siglo XX, sostuvo: “No sabemos a dónde vamos, sino tan sólo que la historia nos ha llevado hasta este punto y (…) por qué. Sin embargo, una cosa está clara: si la humanidad ha de tener un futuro, no será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases, fracasaremos.
Y el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad.” (Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires, 1998, p. 576) Si la oscuridad es el precio de ese fracaso que tenemos que pagar, no es quitándose de encima al pasado como si fuera una pesada carga. Primero, y antes que nada, debemos asumirlo para comenzar a saldar esa deuda, si lo que aspiramos es a una sociedad transformada que nos saque de la oscuridad en la que todavía permanecemos. (O)
