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El Telégrafo
Padre Pedro Pierre

La muerte vive...

01 de noviembre de 2017 - 00:00

En estos días donde hacemos memoria de nuestros difuntos, la muerte sigue viva porque nosotros le hacemos su cuna y la alimentamos. La muerte no es el final del camino sino el comienzo de otra etapa, de otra manera de vivir. La muerte es hoy cuando destruimos la vida, cuando desperdiciamos el amor, cuando colaboramos al crecimiento de las injusticias, las desigualdades, el odio la indiferencia, cuando no queremos ver la destrucción de la naturaleza y la contaminación del medio ambiente.

Nos preocupamos mucho de nuestros difuntos, tal vez demasiado… ¡En vida, hermano, en vida! Sí, en vida las flores, las felicitaciones, los homenajes. En vida los gritos y las denuncias, en vida el llanto y las lágrimas, para que podamos cambiar la muerte en vida, si así lo decidimos. Somos muertos vivientes cuando dejamos la miseria campante, cuando no hacemos retroceder el hambre, la falta de educación y de salud: la destrucción de los demás contribuye a nuestra propia destrucción.

El final de la existencia no es más que la entrada en otro modo de vivir. Venimos de la vida de nuestros padres, participamos de la energía que anima el universo entero, nos alimentamos de la vida de la naturaleza; poseemos una parcela de vida de Dios. Esta vida toda, la nuestra, la de los demás, de la naturaleza y del universo está habitada, animada, por la fuerza del amor, la capacidad de recrearse y progresar indefinidamente. La vida es primera y tiene la dimensión del universo: no somos más que una partícula del universo, un polvo del inmenso cosmos, una excepción y un milagro a la vez.

Venimos de la vida, venimos del amor, venimos de Dios: porque así podemos llamar la vida y el amor que lo animan todo. El momento de la muerte no es más que este retorno al conjunto de la vida plena y del amor total. La muerte es el abrazo de Dios. Con nuestro nacimiento, materializamos la vida y el amor en nuestro cuerpo… momento pasajero que termina con la muerte. Personalizamos la gran vida y el inmenso amor de Dios. Estamos llamados a manifestarlo como vida y amor: así nos hacemos felices y hacemos felices a los demás: construimos el cielo en la tierra. Esa es nuestra misión: aumentar la vida y agrandar el amor.

Diría que nuestro único culto a Dios es crear más vida y más amor y destruir lo que destruye la vida y el amor. ¿Por qué buscamos a un Dios fuera de nosotros? cuando está en nosotros, cuando es nosotros. La muerte es el gran reencuentro con él. Anticipemos este momento haciendo crecer la vida, toda vida, la propia, la de los demás, la de la naturaleza.

Se cultiva, se protege, se multiplica la vida cuando amamos: cuando nos amamos a nosotros mismos, cuando vivimos el amor en la familia, con las amistades, como pareja, como familia, cuando construimos comunidades, organizaciones, cuando fomentamos toda clase de lucha para hacer retroceder el mal, la injusticia, la muerte… Que nos ayuden nuestros difuntos a lograr esto: ser artesanos de más vida y más amor. Así no tendremos miedo a la muerte y la estaremos haciendo retroceder día a día un poquito más. (O)

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