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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

La muerte de la clase capitalista

10 de abril de 2014 - 00:00

La predicción de Marx de que el capitalismo, basado en la suma de capital y acciones compartidas, podría pavimentar el camino para el socialismo, ha probado no ser cierta. Pero que las nuevas instituciones con una generalizada responsabilidad limitada podrían colocar a las fuerzas productivas del nuevo capitalismo en un plano diferente, ha sido profético.

Durante el siglo 19 y los inicios del siglo 20, las empresas de responsabilidad limitada, conocidas por sus siglas Cía. Ltda., masivamente aceleraron la acumulación de capital y propiciaron el progreso tecnológico. Y el capitalismo de Adam Smith, de un sistema de pequeñas empresas de carniceros, panaderos y artesanos, con un solo propietario y una docena de empleados, se transformó en un sistema de grandes corporaciones con miles de empleados y, por supuesto, administradores profesionales, con muy complejas estructuras organizacionales.

El temor de que los administradores de las compañías de responsabilidad limitada, jugando con el dinero ajeno, podían tomar excesivos riesgos, parece que a nadie le preocupó mucho, pues en sus inicios, muchas de la grandes firmas eran manejadas por carismáticos emprendedores, como Henry Ford o Andrew Carnegie, quienes evidentemente poseían gran parte del paquete accionario de sus empresas y no iban a poner en riesgo su propio patrimonio. Además, estos dueños de empresas eran personas de una habilidad y visión excepcionalmente superiores.

Pero el tiempo pasó y estos extraordinarios empresarios fueron reemplazados por gerentes profesionales. Así mismo, el crecimiento de las empresas hacía difícil que un solo individuo posea una participación significativa de ellas, lo cual hizo que los administradores profesionales lleguen a ser la clase dominante y los accionistas cada vez actores más pasivos en la dirección empresarial.

En los años 30 nació el capitalismo gerencial, donde los capitanes de la industria, que eran los capitalistas en el sentido tradicional, fueron reemplazados por burócratas, del sector privado sí, pero finalmente burócratas. Empezó entonces una preocupación generalizada de que estos gerentes contratados dirijan las empresas en su propio interés, antes que en el interés de sus reales y legales propietarios, que son los accionistas.

Y se ha visto claramente en los últimos años, que en lugar de maximizar la rentabilidad, maximizaban las ventas para que la empresa creciera y aumentar así su prestigio y remuneración. Y en el peor de los casos, se embarcaban en proyectos que inflaban su ego, pero que contribuían muy poco a las ganancias de las empresas y su valor de la acción en el mercado.

El crecimiento de los gerentes profesionales ha sido aceptado como un fenómeno, no bien recibido, pero inevitable. Hay fuertes críticas y fue el economista canadiense-norteamericano John Kenneth Galbraith quien afirmó en 1950 que la única forma de equilibrar estas fuerzas en el nuevo capitalismo debía ser a través de fuertes regulaciones gubernamentales y un mejorado sindicalismo.

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