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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

La marimba y ese afán de vivir

16 de diciembre de 2015 - 00:00

A la marimba, por acá, se la reinventó con el potencial de la memoria de los ancestros, también por esas ganas de vivir hasta donde alcanzara el horizonte comunitario porque no eran en las individualidades, muy vulnerables por las circunstancias adversas, donde radicaba el poder de la vida; el afán de vivir es facultad de toda la libertad colectiva. Y al hallazgo de un anhelo irrenunciable, así se entiende que, sin tener nada más que la retentiva y el enigma de los bosques reinventaran estas músicas, con préstamos culturales, era inevitable y deseable, pero dentro de su mainstream, en términos esenciales y primarios.

Ese fue el de consuno de ciencias, saberes y artes para la marimba y es el resultado de sabiduría e inteligencia perpetuadas en el instrumento musical.

La tarde que debieron sonar los primeros acordes, llevados por vientos favorables a oídos desprevenidos, este jazzman tiene la certeza de que ocurrieron torbellinos en mentes y corazones; para los opresores una amenaza promisoria y para los oprimidos los sonidos de la pronta emancipación. La marimba africana renacía en estas tierras americanas. Nunca sabremos, pero lo imaginamos, las conversaciones en idiomas prestados para ubicar la botánica sonora, la química ambiental (humedad y tiempo de corte del árbol, por ejemplo), la física para considerar afinación y acústica, el reaprender tonadas que mostraran estados de ánimo e hicieran vibrar el optimismo cimarrón y en el lenguaje musical fundamentar combativas alegrías (hasta hoy no se entiende esa actitud política nuestra).

El profesor Carlos Miñana Blasco, en un documento publicado en la web, recoge de otras fuentes el siguiente dato: “Es un ronquido suave, y se oye de más de media legua lejos. Y sabiéndolo tocar remudando en proporción y compás, el sonido de los cañutos compone un órgano imperfecto, pero muy suave, porque no tiene sino veinticinco cañutos”, esto escribía un fraile a mediados del siglo XVIII, escuchándolas en Telembí (¿Ecuador o Colombia?).

Para el día en que se escribieron aquellas líneas, la marimba ya había sido considerada el instrumento musical de la comunidad cimarrona y cosa de bárbaros por el colonialismo español. Quizás a la parentela de tambores no se la correteó hasta la destrucción material e inmaterial como lo fue la marimba desde su reinvención. Están documentadas las recogidas y quemas de marimbas por la Iglesia católica.

La inferiorización humana de la negritud americana filosofada por el colonialismo europeo fue asumida, en herencia legal y legítima, por la clase social dominante en esta etapa republicana sin apenas variar el contenido ideológico. Eso significó que todo arte de la comunidad negra era “manifestación barbárica”, ocurrió en Colombia y en Ecuador. De viva voz, Remberto Escobar (+) y Petita Palma contaron sus desventuras, con las autoridades de la época, cuando en la ciudad de Esmeraldas se asomaron a las calles con sus tambores, guasás y marimbas. (O)

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