La lucha antiminera del pueblo shuar es un símbolo internacional. La han acompañado los feminismos, movimientos sociales, activismos urbanos. La resistencia histórica de Íntag nos ha demostrado que es posible defender la dignidad para preservar la vida. Donde hay minas hay dirigentes perseguidos y asesinados, los niños nacen enfermos, las mujeres dan de lactar mercurio. Detrás de esto, se halla instalado un modelo económico sostenido por una lógica de dominación: oprimir a los pueblos, hacer morir.
Esa misma lógica de dominación patriarcal legitima la violación: todas las culturas y épocas la han romantizado, justificado u ocultado en el silenciamiento de sus víctimas. Las luchas históricas de las mujeres, la dura tarea de enseñarles a los niños sobre lo que puede pasarles, contrarrestan esto hace siglos. Tampoco está “de moda denunciar género”, argumento regado a la ligera en el debate público sobre la consulta. Es visible porque es grave, no porque es banal.
Reducir a “moda” vulneraciones graves se vuelve un mecanismo de defensa refractario: nos conviene desconocer las luchas y sus recorridos, deslegitimarlas banalizando su presente, para no cambiar nada, pero cada pregunta por la vida depende de la profundidad que seamos capaces de darle, es un imperativo ético.
La consulta sobre el delito sexual y el extractivismo es cuestionable, fueron mínimos presentados como reivindicaciones, y los gobiernos consultan siempre tarde, siempre fabricando nuestro “derecho”, para crearse legitimidad. Es hora de la treta del débil, como la llamó Josefina Ludmer: “La treta consiste en que, desde el lugar asignado y aceptado, se cambia no solo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él. Siempre es posible tomar un espacio”, es forzoso entonces socavar el monopolio de la decisión política, no por moda, sí por contagio y por un sentido elemental de preservación de la vida, en peligro cada vez que ocultamos lo que la amenaza. (O)
