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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

La gratitud y los desagradecidos

08 de julio de 2017 - 00:00

La gratitud se percibe, se siente y conmueve, cuando una persona adquiere una deuda, no un compromiso, con alguien, que le ha obsequiado un bien, a cambio de nada.

De otro lado, el desagradecido, generalmente, prepotente, se olvida o presume no acordarse de los favores recibidos, convirtiéndose en el ser más despreciable. En algún momento de mi vida, demostré mi gratitud a mis maestros, compañeros y superiores, que me alentaron y ayudaron en mi formación profesional y enseñaron a distinguir la grandeza humana.

El ingrato, que sí los hay, en el medio laboral, social y político, revela egoísmo, vanidad y, lastimosamente, se avergüenza de haber recibido favores, porque cree que por sí solo llegó a la cumbre de un aparente éxito.

Ostenta lo que ha logrado y hasta lo que carece, se imagina un ser superior y proclama con ínfula que lo que él tiene y más logros son producto del esfuerzo propio y de su valer.

El hombre o mujer grato reconoce los servicios recibidos, se comporta con transparencia y altivez; demuestra su gratitud a quienes le dieron vida y lo ayudaron a su excelente formación, para enfrentarse en el medio, sin apremio hasta alcanzar la cima. Aprende a practicar la lealtad y servir a los demás, sin esperar dádivas ni recompensas.

Repito a manera de recordación que el gobierno del socialismo siglo XXI decretó un incentivo económico para los empleados públicos que se acojan a la jubilación y un incremento a la pensión jubilar. El profesor grato reconoce ese gesto noble del Gobierno, que otros regímenes no lo hicieron. Por allí todavía viven jubilados de otras épocas, vegetando con míseras pensiones, aun así, hay maestros jubilados que, por los avatares del tiempo, todavía no reciben el incremento. Gritan, amenazan y se toman las calles, reclamando el obsequio del gobierno del Buen Vivir. Estos son los ingratos. Los desagradecidos irrespetan y hasta se burlan de las personas que les proporcionan ayuda. Torpemente, creen que expresar agradecimiento es adular, disminuirse o someterse.

Es una realidad la gratuidad de la educación en sus tres niveles. Hoy se ha incrementado el número de estudiantes y el Gobierno se esfuerza por aumentar paralelos y centros educativos para cubrir la ingente demanda. La mayoría de padres e hijos agradece el gesto del régimen del Buen Vivir; mientras los desagradecidos salen a las calles a formar reyertas en apoyo a causas que no las entienden o ignoran.

En el ámbito político, los de la oposición, o mejor dicho, los desagradecidos, encuentran defecto a todo, incluso a las obras, proyectadas en su propio beneficio. Por suerte, el ecuatoriano, en su mayoría, reconoce la gran obra social del régimen del Buen Vivir, centrada en la erradicación de la pobreza y que hoy, bajo la dirección de los mandatarios Lenín Moreno y Jorge Glas, dentro de la era del cambio, se orienta a nuevas metas, siempre en provecho de los que no tienen nada.

El desagradecido vive oculto, pero sale a criticar las buenas acciones y se burla de los méritos de supuestos adversarios. Los rufianes políticos, que se aprovechan de otros para elevarse y pretender fama, poder y riqueza, al final sucumben, por su avaricia, en el desprecio ciudadano. El grato vive con altivez, a la luz de la sociedad, señalando con transparencia el camino a seguir a las nuevas generaciones. (O)

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