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El Telégrafo

La Gran Guerra Patria

25 de abril de 2011 - 00:00

La II Guerra Mundial se desarrolló, en lo fundamental, en el frente soviético-alemán y es la conflagración más sangrienta de la historia. En la madrugada del 22 de junio de 1941, las Fuerzas Armadas de la Alemania nazi atacaron la Unión Soviética con 5 millones y medio de soldados, más de 4.000 tanques y 5.000 aviones, en un frente de 3.500 km de extensión. Las más decisivas batallas se libraron en este frente y significaron un viraje radical en la guerra. El ejército “Rojo” liberó del nazismo a 21 países actuales; de las 783 divisiones alemanes derrotadas durante la guerra, 607 lo fueron en este frente, donde también fueron abatidos 77.000 aviones y se destruyeron 48.000 tanques alemanes. En ninguna guerra hubo tal aniquilamiento de material bélico.

Durante las primeras operaciones de la Gran Guerra Patria, la fuerza armada soviética experimentó la amargura de las derrotas y la mancha parda llegó hasta los alrededores de Moscú. Nada parecía capaz de detener a este monstruo apocalíptico cuyas botas habían pisado casi toda Europa. Pero el 7 de noviembre en la Plaza Roja tuvo lugar la acostumbrada parada militar, después los soldados se dirigieron al frente y consiguieron la primera derrota del nazismo; cosechaban el ejemplo del mayor Klochkov, quien se arrojó debajo de un tanque alemán con granadas en las manos exclamando: “Aunque Rusia es inmensa, no hay a dónde retroceder; ¡detrás está Moscú!”. Según el general Mac Arthur: esta batalla es “el logro militar más relevante de la historia”. Después vino la victoria de Stalingrado, que fue catalogada por el general Guderian como una catástrofe “aun sin la intervención de las potencias occidentales”. Luego del desembarco aliado en Normandía y de que los soviéticos liberaran Polonia, se batalló en Alemania y el 2 de mayo de 1945 Berlín se rindió ante los soviéticos; el 9 de mayo los combates cesaron en Praga y la guerra terminó.

Esta fecha es sagrada para Rusia: para conseguir la victoria se inmolaron 27 millones de sus hijos, 60 millones quedaron mutilados, fueron destruidas 1.710 ciudades, 32.000 empresas industriales, 66.000 km de vías férreas, una pérdida de más del 30% de las riquezas de la URSS. Gracias a este sacrificio, la humanidad se libró de la noche eterna del dominio imperial con que Hitler soñó para mil años.

Entonces, como ahora, aparentemente el mal crecía sin que nadie fuera capaz de detenerlo. La heroica lucha del pueblo soviético y de todos los hombres libres salvó al mundo de la moderna barbarie nazi.

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