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El Telégrafo

La espera

30 de marzo de 2012 - 00:00

Del boicot a la negativa, el presidente Rafael Correa ha mantenido el suspenso de su asistencia a la VI Cumbre de las Américas. Desde las angustiosas críticas de la canciller colombiana (y las posterior rectificación del medio que las descontextualizó) hasta las eclécticas diatribas de León Roldós, todo parece decantar en el mismo show mediático de siempre. Y esa condición tropical de nuestra política es lo que desvía la atención de las cuestiones fondo; cuestionamientos válidos a una estructura internacional basada en una hegemonía impositiva rectora de nuestra agenda y, peor aún, de nuestra política social, económica e internacional.

Porque la asistencia de Cuba a la Cumbre representa más que un capricho gubernamental. Es la perpetuación de un modelo ideológicamente expansionista y dependiente de la postura política de un Estado. Cuba puede no ser el non plus ultra de los modelos democráticos, pero en el marco del desarrollo regional y en el cambio del paradigma dependentista por uno integracionista, una visión verdaderamente panamericana es fundamental. No es suficiente que “el tema Cuba” sea llevado a discusión (lo cual, indudablemente, es un avance). Debe existir una voluntad política real y ejecutiva que permita convertir la OEA en una organización verdaderamente americana.

Y más allá de la presión por la no asistencia de Cuba, se está cuestionando un modelo hegemónico más amplio. Se cuestiona nuestra dependencia de un mercado global regido por el corporativismo y la especulación. Se cuestiona nuestra inevitable sumisión ante políticas expansionistas y arbitrarias. Ante la imposición de una visión única del mundo que conlleva su influencia antidemocrática en organismos internacionales o el completo desacato de sus normas y principios (conforme a la conveniencia). Si en verdad queremos ese cambio que permita institucionalizar un modelo social más equitativo y justo, entonces debemos entender la necesidad de un cambio regional que nos lleve a eso (independientemente de nuestra ideología).

Debemos ser consecuentes con esta visión (y escoger mejor nuestras “soberanas” relaciones internacionales, e.g.: Irán). En el amplio espectro de lo que comprende el andamiaje de las políticas públicas y la estructura del Estado, es importante mantener una línea clara de los objetivos como proyecto político (criticar y debatir aquello que se desborde).

La postura internacional adoptada es un mensaje mucho más profundo que “Cuba”. Es una lucha que llama a hacerse efectiva, real. Y la responsabilidad de mantener esa línea en todos los niveles de gobierno.

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