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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

La diosa Oshún anda por Ibarra

15 de septiembre de 2016 - 00:00

En la época colonial, un cura de Ibarra se quejaba de las prácticas demoníacas de los negros. Habían llegado traídos como esclavos por los jesuitas que, como refiere Federico González Suárez, traficaban hasta trago. Los 1.760 esclavos trabajaban en los trapiches y eran parte de las 131 haciendas que los clérigos tenían antes de su expulsión a finales del siglo XVIII.

Los mandingas estaban en la mira. No eran otros que los brujos negros que continuaban sus prácticas ancestrales traídas de África, especialmente con el sacrificio de chivos. Sus ritos no tenían nada de satánicos, porque sus deidades no se parecían en nada a esos diablos con cola y olor azufre, que llegaron subidos en las carabelas. Las prácticas de los brujos causaban estragos en los vientres que se hinchaban, como en el capataz de Cuajará. “Cosas del demonio contra la buena fe”, escribía el cura Urrantia, mientras enviaba esas palabras de denuncia que iban entre las otras misivas que hablaban de los milagros de la Virgen de la Caridad.

Los diablos y sus mandingas eran una suerte de energías. Y, claro, había que esconderlos porque los curas doctrineros andaban sueltos destruyendo también los ídolos de los indígenas, en lo que se llamó la extirpación de idolatrías (uno de los capítulos más vergonzantes de la humanidad). Para entender esto, para el mundo católico, es como si tras una invasión de una fuerza enemiga, los conquistadores cercenaran a la Virgen del Quinche.

Pero los negros fueron astutos. A lo largo de América Latina, donde fueron traídos con cadenas, sus dioses sobrevivieron. Eduardo Galeano lo explica:

“Oxalá, a la vez hombre y mujer, se disfrazará de San Jerónimo y Santa Bárbara. Obatalá será Jesucristo; y Oshún, espíritu de la sensualidad y las aguas frescas, se convertirá en la Virgen de La Candelaria, La Concepción, La Caridad o los Placeres... Por detrás de San Jorge, San Antonio o San Miguel, asomarán los hierros de Ogum, dios de la guerra; y dentro de San Lázaro cantará Babalú. Los truenos y los fuegos del temible Shangó transfigurarán a San Juan Bautista y a Santa Bárbara. En otras tierras, los dioses tendrán dos caras, la Vida y la Muerte, y hasta dos cabezas, Dios y el Diablo, para ofrecer a sus fieles consuelo y venganza...”.

Pero también sus mitos se escondían en los instrumentos, como la bomba. Para los africanos, los tambores crearon el mundo y sus cuatro elementos: la piel mojada, corresponde al agua; puesta a secar, el fuego; su caja hecha de madera, la tierra; y cuando se escucha el tronar de los tambores es cuando llega el aire.

También se hablaba de la tribu de los carabalí y su rito del Abajua. En la ceremonia del Emori, el chivo revivía el misterio y el poder místico de la princesa Sikán, para consagrar al tambor Ekué. En su tremolar traía la voz de Abasí Bomé, máximo secreto ñáñigo durante el funeral oficiado por Anamanki o ‘diablito’, sin la cola europea, que salía a danzar con los negros lejos de las miradas del amo, en una tierra que había recibido tantas y tan diversas aldeas de África, unidas por la poderosa percusión de sus tambores. ¡Suena Marabú y Carlitos Gonzalón! (O)

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