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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

La democracia en juego

06 de febrero de 2021 - 00:00

Como quiteña que soy, nacida a cinco cuadras de la Plaza Grande y crecida en un ambiente en el que siempre se discutía y actuaba en política, no puedo dejar de estar involucrada en las elecciones que se celebrarán el día de mañana. Yo misma incursioné en este campo cuando se abrían posibilidades de participación de las mujeres como candidatas hace más de veinte años. Por ello, en cada ocasión en la que tenemos que votar se me pone el alma en un hilo. Al fin y al cabo, la democracia vuelve a estar en juego. Veamos algunas de las razones porqué.

  1. Demasiados candidatos a la presidencia: ninguno de ellos llega al corazón de la gente. Dieciséis candidatos son excesivos. Sus propuestas son ininteligibles y tan generales que el electorado no las logra diferenciar.

 

  1. La forma de hacer política ha cambiado: ahora se reemplazan las caravanas y las plazas llenas de gente con los mensajes en las redes sociales. Dice un informe del Grupo de Ciencia y Conocimiento de la Comisión Europea: “Los cimientos democráticos de nuestras sociedades están bajo la presión de la influencia que las redes sociales tienen en nuestras opiniones políticas y nuestros comportamientos, [...] estas plataformas han revolucionado la forma en que experimentamos la política al involucrar a más ciudadanos en el proceso político y permitir que se escuchen las voces de las minorías. [...] Pero estas [...] también permiten difundir fácilmente mensajes polarizados e información poco fiable. Esto puede limitar nuestras perspectivas y obstaculizar nuestra capacidad para tomar decisiones políticas informadas [...] lo que tiene un impacto peligroso en nuestras sociedades democráticas”.

 

  1. La disolución de los partidos políticos: por mucho que se quiera rescatar a los partidos, la verdad es que no los distinguimos. No vemos ideologías claras, escuelas de formación de jóvenes, divulgación de principios y valores. Lo que vemos son cambios de nombre, colores tomados de otro partido, arriendo de identidades. La estigmatización de los partidos tachándolos de “partidocracia” como si se tratara de una enfermedad, durante los años de autoritarismo, los socavó. Detrás de esa intención de eliminarlos estaba la voluntad de construir un partido único con un líder único. Además, la intervención del ejecutivo en las instituciones electorales virtualmente terminó con ellos.

 

  1. La pandemia hace sentir a los votantes atrapados: impide que se involucren. Las campañas electorales no han podido invitar a los ciudadanos a participar. El distanciamiento social es también político. La restricción vehicular, la imposibilidad de repartir volantes o de llamar a grandes concentraciones son impedimentos graves para que los candidatos hayan podido acercarse a sus electores.

 

  1. La situación económica es tan mala que nadie levanta cabeza por estar demasiado ocupado en sobrevivir: estamos en una economía de guerra. La gente está endeudada. No hay flujo de dinero. Eso necesariamente crea apatía política. La población se encuentra en tal estado de vulnerabilidad que necesita esperanzas. Por ello, es fácil creer en promesas falsas y encandilarse con el baratillo de ofertas. Al mismo tiempo que se ha estancado el desarrollo del país, hemos retrocedido por la COVID-19 en las condiciones de nuestra democracia.

 

  1. Existe desconfianza en el sistema, en los gobernantes y en las instituciones: la gente constata que las autoridades usan la política para su beneficio personal y no para el bien común. Los ciudadanos sienten que solo desalojando a quienes gobiernan mejorarán su situación personal, le darán una lección a los que tienen el poder o al menos los atemorizarán. El estallido social de octubre de 2019 fue claramente una manifestación de la “antipolítica” por parte de los manifestantes que se vio agudizada por la falta de diálogo y el poco tino del gobernante. Al no haber canales para la resolución del conflicto, la protesta hizo retroceder al gobierno de Moreno a tal punto que podríamos decir que, de cierta manera, quienes se manifestaban actuaron como gobernantes, es decir, impusieron su voluntad.

 

Concluyamos, la educación cívica en todos los niveles tiene un papel fundamental al enseñar sobre la importancia de la democracia y lo que se requiere para mantenerla. Los jóvenes no crecen con un compromiso con la gobernabilidad democrática, por ello, la sociedad debe repensar cómo vamos a educar a los futuros votantes y a los líderes políticos del mañana. Tenemos que vislumbrar lo que podemos hacer para fomentar el tipo de virtud cívica que la democracia necesita para sobrevivir.

La fragilidad de nuestra democracia nos hace ver lo poco que debemos dar por sentado y lo mucho que tenemos que luchar para mantenerla. Eso es lo que hemos aprendido en estos años tan duros. Esa una tarea urgente y no puede esperar. Mañana con nuestro voto mostraremos nuestro compromiso democrático. (O)

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