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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

La complejidad boliviana

29 de febrero de 2016 - 00:00

Se está haciendo rutina en la región festejar los fracasos electorales de los gobiernos progresistas cuando se someten a comicios o consultas puntuales. El festejo corona un largo y minucioso sumario de quejas sociales y mediáticas; un sumario que gestiona las falacias democráticas en países desgarrados por los rezagos de la colonización y el racismo.

La última consulta realizada por el gobierno de Evo Morales en Bolivia retrata las debilidades de un proceso político y las múltiples facetas de manipulación colectiva con que cuenta el viejo poder boliviano en su afán de desvirtuar la viabilidad política de lo plurinacional en ese país. Si en algún momento la oposición interna quiso apelar al montaje de una estafa electoral, enseguida supo que hoy es más fácil cultivar y conducir la insatisfacción colectiva que colgarse del “fraude científico”.

Así, el estudio del comportamiento de grupos sociales (diversos) dice mucho de lo que cualquier campaña hace con ellos antes de una elección o consulta. El trabajo es arduo, pero por lo visto en los últimos meses, en varios países, esos estudios facilitan activar en la gente algunas rebeldías básicas respecto de los límites de un régimen y, también, sobre los hábitos de un gobernante. Habrá quien diga que “el pueblo es intuitivo” o que “el pueblo es la voz de Dios”; pero a estas alturas ya se sabe que las operaciones electorales son alimentadas por las carnadas de la antigua y nueva psicología de masas, y que los medios modernos usan mecanismos para lucirlas sin que parezcan una forma de control social clásico, o una especie de estímulo para cebar y transferir el odio político. Manosear pasiones, esa es la cuestión.

Ahora bien, Bolivia es un país complejo por su sustrato social y su vacilante traducción ideológica. Una lectura unívoca, entonces, no es legítima. Además, una sección de su historia política seudoliberal, en términos de la democracia representativa mestiza, tiene antecedentes terribles. El uso del poder por parte de esa elite —como en casi todos los países latinoamericanos— incubó en las mayorías mucha suspicacia y políticamente las situó en una línea cautelosa de compresión del Estado. Ergo, cuando con Evo Morales llega la causa constituyente y el alegato del estado plurinacional, los estratos mestizos (que no pueden disimular el blanqueamiento de su mirada social) hicieron estallar numerosos análisis para vapulear la supuesta farsa indigenista oculta en esa declaración política y cultural; mientras, cierto círculo intelectual consideró peligroso militar desde el Estado en dicha causa, y se allegó a la crítica lejos de la acción política en tal realidad.

Todo esto significa, también, que el proceso boliviano agrega errores, pues todo poder ejercido y ejercitado sufre desviaciones. Una de ellas es cotejar organización social con ordenación estatal, y despojar a la razón popular —eje de todo proceso progresista— de su dialéctica en el entramado político común. Quizá, como en la penetrante reflexión leninista, el Estado requiera, por la fuerza de lo social, su propia eutanasia de clase, es decir, más allá incluso de la utopía plurinacional. Quizá. (O)

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