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El Telégrafo

La Celac y la fuerza de la historia

07 de diciembre de 2011 - 00:00

El impulso político a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), conformada por treinta y tres países, al margen del agotado “panamericanismo” norteamericano, constituye un paso en la dirección correcta hacia una meta clara: crear nuestra Organización de Estados Americanos, pero con credibilidad y autonomía. 

En este punto del camino, ¿qué hacer con la OEA? Su mandato ordena fortalecer la democracia, promover los derechos humanos y luchar contra la pobreza, el terrorismo, las drogas y la corrupción. Una parte de estos objetivos se ha cumplido, pero los errores han sido más grandes que los aciertos. Es necesario ¿después de más de seis décadas?, aclarar el actual estado de la situación.

En un breve recuento de su historia, se ve que poco o nada hizo la OEA ante la sangrienta sublevación militar que pusiera fin al gobierno constitucional argentino de Juan Domingo Perón en 1955. Lo mismo puede decirse del golpe de Estado en Chile en 1973, y de la actitud frente la violación constante de los derechos humanos perpetrada por el régimen de Pinochet.

¿Qué hizo, en 1957, por impedir el fraude electoral que llevó al poder, en Haití, a Francois Duvalier, la cabeza de un régimen de terror que duró hasta 1986? Tampoco impidió que Anastasio Somoza cometiera todas las atrocidades que quiso en Nicaragua, entre 1967 y 1979; ni evitó tampoco los miles de asesinatos ocurridos en El Salvador, entre 1978 y 1981, y las violaciones a los derechos humanos en el resto de países centroamericanos.

Excluyó a Cuba  del sistema interamericano (aunque luego, muy tardíamente, revocó la medida en  2009). La decisión había sido tomada en 1962 con una abrumadora mayoría.

Vergonzosa resolución de la OEA que pretextaba que la “adhesión al marxismo-leninismo” era incompatible con el sistema interamericano.

La OEA ha creado instancias para proteger los derechos humanos, pero no ha instituido mecanismos para dirimir los conflictos entre el capital internacional y los Estados, lo cual tiene consecuencias en el respeto de los derechos humanos.

Las resoluciones justas, como en el caso del aleve ataque colombiano al Ecuador en Angostura en 2008 o en el intento de golpe de Estado el 30 de septiembre de 2010, son insuficientes para perpetuar un organismo
que tampoco ha creado espacios de diálogo fructífero entre Latinoamérica y los Estados Unidos.

La Celac molesta por todo lo que puede ser, y también por que ya es: mientras ciertos senadores y diputados republicanos solicitan al presidente Obama ser “más firme” con Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, la comunidad latinoamericana promueve una nueva institución que tiene su sede ¡en Caracas! Contra el “orden y la cordura” de la OEA, que nos dice que debe permanecer en Washington… Eso sí debe molestar mucho.

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