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El Telégrafo
Nancy Bravo de Ramsey

La búsqueda de míster Páez en el mundo de la diatriba y las mentiras

20 de octubre de 2015 - 00:00

No es difícil configurar su biografía política. Hay dos o tres hechos sustanciales (más bien insustanciales si nos apegamos a la realidad de los hechos) que lo definen y desde donde podemos entender por qué actúa en el terreno de la política del modo que lo hace (y del que no lo hace).

Lo más significativo es que enterró un partido. Uno que fue grande, que tuvo todos los poderes (totalitario dirían algunos ahora) y no pudo cambiar el país. Que tuvo un líder inteligente, culto, con un modo de ver y hacer la política que parecería hecho para Europa. Que movilizó a grupos de intelectuales, a los cuales el señor que lo enterró jamás entendió y mucho menos leyó. No es por nada pero ese partido tuvo entre sus notables figuras a intelectuales y artistas de valía. Pero el señor que lo enterró ahora los desprecia, los mira con desparpajo y hasta hace de ellos un capítulo poco valioso.

Y si enterró un partido se entiende que ahora deambule por las tiendas de la derecha, cosechando aplausos de quienes antes odiaban al partido que enterró, al que calificaban de comunista y hasta de cómplice de supuestos actos de terrorismo. Con la bandera de la derecha llegó a la Asamblea y desde ahí no ha hecho otra cosa más que construir su propia plataforma, su particular tarima y su privada empresa política. Por eso se entiende que muy pocos de la derecha le tengan confianza, hablen de él a espaldas y hasta con cierto recelo porque conocen de sus arrebatos de violencia.

Finalmente lo más importante es hablar de vez en cuando de su equipo de fútbol favorito, que está por descender de categoría, para lo cual ahora el señor que enterró ese partido parece que va a enterrar al equipo de sus amores. Claro, como no pone nunca plata de su bolsillo (se dice entre corrillos que una gran empresa transnacional petrolera que quiere hundir al Ecuador también le pone plata), nadie sabe de dónde sale para repartir en su carro de lujo los cartones de sardinas que distribuye en las marchas ‘no sanducheras’.

Muy sintomático que este señor ahora quiera dar clases de moral, virilidad y hasta honradez. No podemos dejar un espacio para la duda y pensemos que quiere todo el bien para el país, pero parece que por ese camino va en contravía. Posiblemente haya una explicación: los amigos con los que ahora se lleva, con los que sale a las marchas, esos supuestos viejos sindicalistas, coinciden perfectamente con él en el modo de hacer la política que parecería da resultados (el escándalo y hasta el alarmismo).

De todos modos este señor (que dice que ha escrito dos libros, pero en realidad si se revisa son solo la suma de documentos que solicita desde su inmunidad parlamentaria) no vamos a negar que se viste bien y luce como un elegante ciudadano.

Usa todo eso para configurar una imagen pública de renombre, pero por más que el mono... Pues sí. Todo lo que dice en nombre de la vindicta pública lo borra con el codo cuando sale corriendo al primer ruido, cuando ofende con injurias calumniosas y cuando se arrebata ante los mínimos desafíos intelectuales, cuando habla de corrupción y no mira las cuentas del partido que enterró.

Si la política ecuatoriana requiere de una oposición decente, inteligente, culta, sensata, ni la derecha ni la supuesta izquierda deberían contar con un enterrador de partidos. (O)

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