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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

La autonomía, punto de anclaje de la U. Central

23 de marzo de 2015 - 00:00

De acuerdo a Fernando Sempértegui, rector de la histórica Universidad Central del Ecuador (UCE), la autonomía constituye su punto de anclaje en este nuevo ciclo, en el que cumple sus 189 años de vida republicana. Esto implica apuntalar la visión de la Universidad enfocada al fortalecimiento del desarrollo humano y del ejercicio de los derechos humanos. La UCE, ha manifestado su rector, se encuentra comprometida con la democracia, con el afán de preservarla y enriquecerla; en este horizonte se trata de nutrir la crítica, sabiendo que en este ámbito prima una tensión de poder y una confrontación de discursos. Se trata de hacer ciencia, pero también desarrollos culturales y sociales, bajo una mirada integral.

En este contexto se enmarcan los testimonios de algunos avances que ha tenido la Universidad en este período. Estos logros no han estado ausentes de dificultades, debidas en parte a la propia inercia institucional: fortalecimiento de la planta docente con incorporación de nuevos profesionales a tiempo completo y a través de becas que les permitan formarse en posgrados; avance sostenido del proceso de acreditación, y de la graduación de estudiantes rezagados a través de los exámenes complexivos; internacionalización de la universidad a través de convenios y acciones derivadas con universidades del extranjero; vinculación con la comunidad bajo el entendido de que la universidad no se puede enclaustrar; ampliación del número de becas para estudiantes; preparación de nuevas facultades, como el emblemático proyecto de la creación de la Facultad de Ciencias Sociales; preparación de proyectos de infraestructura, entre otros. Los retos son múltiples, es necesario mejorar la gestión para una ejecución presupuestaria efectiva; llevar a la práctica de forma amplia y real la política de asignar exclusivamente 16 horas de clases a los docentes, a fin de liberarlos para la investigación; superar el excesivo burocratismo; realizar, de forma más generalizada, investigación científica, social y crítica; transversalizar en sus políticas el enfoque equidad de género, pues mientras la mayor parte de sus estudiantes son mujeres, apenas el 14% son docentes, y en el nivel directivo son ‘casi’ invisibles.

El proceso vertical, enfocado en una perspectiva racional-instrumental que está viviendo la universidad ecuatoriana, implica un redoblado esfuerzo de ellas para reforzar su autonomía y mantener un enfoque crítico, algo muy caro a los afanes de estandarización y disciplinamiento impuestos por los organismos gubernamentales que ahora controlan la educación superior. No se trata de contar con docentes que dicten sus clases y escriban ‘papers’ por decenas, sino de tener verdaderos académicos que generen un pensamiento crítico que responda a su entorno; no se trata de formar profesionales en conocimientos específicos y destrezas, sino de generar en ellos un afán por el aprendizaje continuo y por la imaginación de alternativas. Finalmente, no se trata de hacer de las universidades organizaciones de un conocimiento instrumental, ‘virtuosas’ y despolitizadas, como sueña el poder. Se trata de construir, como lo decía Derrida, “una universidad sin condición: el derecho primordial a decirlo todo, aunque sea como ficción y experimentación del saber, y el derecho a decirlo públicamente, a publicarlo”.

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