Cuando llegan los españoles a la Alba Yala, nombre indígena de nuestra América, inician, con la cruz y la espada, el establecimiento de una sociedad diferente sustentada, entre otros, en dos recursos cruciales para la nueva hegemonía, la propiedad privada y la escritura. Para la población ancestral el ser humano pertenece a la Pacha Mama, y su producción es de todos, mientras para los peninsulares la tierra es propiedad de los hombres y, por lo tanto, una mercancía: un pedazo de ella puede cambiarse con un caballo, por ejemplo.
Ante la tradición oral la escritura trae no solamente el misterio de su comunicación, sino el sustento jurídico de las nuevas leyes, entre ellas la propiedad sobre la tierra, repartida mediante disposiciones del nuevo rey, que la fija por escrito.
En este contexto llega la nueva medicina con sus hospitales de caridad como el San Juan de Dios de Quito, fundado en 1538 a tres años de la fundación de Quito. Y llega la atención médica caracterizada por la herencia medieval europea, como señalan Gracia y Peset (en la Historia Universal de la Medicina de Laín Entralgo):
“A fines de la Edad Media existían tres tipos de asistencia médica: para poderosos, para artesanos y burgueses, y para pobres. Los protomédicos, graduados en las más importantes universidades, atendían a reyes, principales y nobles. Sus honorarios eran elevados, sus honores ostentosos y sus observaciones tan importantes como delicadas. Para los médicos y los cirujanos con una buena formación técnica, la clientela burguesa era cada vez más numerosa.
La visita era también domiciliaria, el profesional muy cuidadoso de su porte y atuendo, y los honorarios muy elevados. Una adecuada remuneración permitió el nacimiento del ‘médico de cabecera’ y la medicina liberal. Por último, quedaba la asistencia a los pobres, en manos de curanderos y barberos, y, a lo más, cuando las ciudades los amparaban, pudiendo refugiarse y morir en los hospitales y hospicios para ellos dispuestos por la caridad municipal”.
Las ciencias médicas, con su visión occidental blanca europea, se considerarán como las únicas y “científicas”, y así se implantará el paradigma de la clínica, mantenido por siglos. ¿Pero en qué consiste esa ciencia, en qué se diferencia con otras formas de conocimiento como la filosofía y con las concepciones de la sabiduría ancestral? Son las respuestas a tratarse en próximas entregas.
