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El Telégrafo
Duglas Rangel Donoso

La alegría es posible

18 de diciembre de 2018 - 00:00

De dónde viene el tiempo? ¿De dónde surge? ¿A dónde va? El tiempo y yo. Desde que murió mamá la Navidad me trae su recuerdo, su vigor, su fortaleza. Todos tenemos nuestros muertos. El tiempo y la muerte de las formas. Miles de girasoles y margaritas han caído del cielo para que cada quien se ponga a deshojar margaritas y ofrezcamos al tiempo nuestros muertos. ¿Alguien se acordará de mí cuando muera? Quizás la gran ironía sea que servimos más muertos que vivos.  

Permito que las aguas se asienten y miro ahí el principio y el final de mi vida. Nacemos y morimos. ¿Qué hace falta? ¿Qué nos hace falta? Me doy cuenta de que las aguas tranquilas también reflejan el sol, la luna, las estrellas. Agarro del aire una margarita y le pregunto a los pétalos que se amontonan en mis dedos cuándo tendré la oportunidad de sentarme junto a las parcas a tejer el destino de todo lo que no me toca padecer en nombre de la vida.  

“Tú tendrás que pagar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura”, dice el éxodo bíblico. ¿Podemos ir a alguna parte en la que no tengamos que pagar? Un batallón de extraterrestres se ha detenido ante mí y me pide una pregunta que sea capaz de detener la invasión liberadora. Les preguntaría sobre el tiempo: comprender el tiempo, quizás ahí comprenda quién nos hace esta broma cruel de estar vivos todo el tiempo para luego estar muertos todo el tiempo.

He invitado al desfile de Navidad a todos los imperfectos que habitan en el mundo. A los no cuerdos, a los no rectos, a los curvos, a los sátrapas, impuros, raros, desprolijos y antojados. Los insto a tomarse los parques, las alamedas, los refugios abandonados para celebrar que nada es recto ni puntual ni formal ni está entero.

A celebrar las medias tintas, los medios cafés, las medias botellas, los medios vasos llenos. Celebrar que estamos abandonados. Que seguimos expulsados del paraíso, que la felicidad es anormal. Ordenar que nadie rece hoy el padrenuestro ni el avemaría. Hoy estamos celebrando la Navidad. Este mundo irregular con su Navidad imposible de olvidar. Feliz Navidad, dice el pavo y yo, comiéndome el pavo, también digo: “Feliz Navidad”.  La alegría es posible... (O)

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