Dice el papa Francisco que el ahora de Dios nos sale al encuentro para convocarnos para llevar la buena noticia del Evangelio a los pobres, la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos. Es el ahora de Dios con el rostro de Jesús, que no espera situaciones ideales, situaciones perfectas para su manifestación; pero que no acepta excusas para su realización. Jesús y nosotros somos el tiempo de Dios, que hace justa y oportuna cada situación y cada espacio para que se cumpla el futuro prometido. ¿Cuándo? ¡Ahora! Tenemos que pensar que Dios es tan concreto, tan cuotidiano, tan cercano y tan real como nosotros mismos. Como lo fue Jesús, el hijo del carpintero de Galilea. Y se hace presente diariamente en alguien que conocemos: un vecino, un amigo, un familiar. Pero preferimos un dios a la distancia: lindo, bueno, generoso, bien dibujadito, distante; pero sobre todo un dios que no incomode, un dios domesticado. Porque un dios cercano y cuotidiano, un dios amigo y hermano, nos pide aprender de cercanías, de cotidianidad y de fraternidad. Dios es real, porque el amor es real. Dios es concreto porque el amor es concreto. Y esta es la esencia de la vida de los cristianos. Pero querer domesticar la palabra de Dios es tentación de todos los días.
Y los jóvenes pueden estar tentados de pensar que su misión, su vocación y hasta su vida, es una promesa, pero solo para el futuro y nada tiene que ver con el presente. Como si ser joven fuera un sinónimo de sala de espera, de quien aguarda el turno de su hora. Y en el mientras tanto de esa hora, se inventan un futuro higiénicamente bien empaquetado y sin consecuencias. Bien armado y garantizado.
Dios no les ofrece a los jóvenes un futuro de laboratorio. Es la ficción de la alegría, no la alegría del hoy, de lo concreto, del amor. Y así los adormecemos para que no hagan ruido, para que no molesten mucho, para que no se pregunten ni nos pregunten; para que no se cuestionen ni nos cuestionen. Y así sus sueños pierden vuelo, se vuelven rastreros. Tan solo porque consideran o consideramos que todavía no es su ahora. Que son demasiado jóvenes para involucrarse y trabajar el mañana. Y así los seguimos procrastinando. Y lo peor es que a muchos jóvenes les gusta. ¡Ayudémosles a que no les guste, a que se rebelen! ¡Que quieran vivir el ahora de Dios! Los jóvenes deben pelear por su espacio que es hoy; porque la vida es hoy. Los jóvenes no son el futuro, son el presente. ¡Por Dios, cuánto amo al papa Francisco! (O)