Es duro, para una sociedad, corroborar que cuando tuvo que decidir en las urnas se equivocó de cabo a rabo. En ese proceso están hoy los brasileños, tan lejos del Dios brasileño y del carnaval y tan cerca del caos con Jair Bolsonaro en el poder.

La calidad democrática al igual que la economía en franco retroceso, las peleas internas en el gabinete no cesan y al igual que otros mandatarios de la región, Bolsonaro se aferra al covid-19 pero a su manera. En su carencia de Super yo (psicológicamente hablando), el presidente de Brasil sabe que la tarea principal de quien habite el palacio del Planalto, es hacer que Brasil sea “o mais grande do mundo…”. Por eso el exmilitar parece hacer todo lo posible para que en términos de muertos e infectados Brasil llegue cuanto antes al primer puesto. Ahí sí Dios volverá a “ser brasileño”.

Pero Bolsonaro no está exento de problemas. El gobierno se le agrieto desde la salida de su ministro de Justicia, Sergio Moro, quien ahora amenaza con mostrar un video de una reunión ministerial donde el presidente habla de hacer una limpieza en la Policía Federal por algunas averiguaciones sobre familiares y amigos del jefe de Estado.

Si el sinuoso de Moro aporta las pruebas, habría que esperar la vuelta a la normalidad post-pandémica para que se organice en un proceso de “empeachment”. Por mucho menos de eso Fernando Collor de Mello fue juzgado y despedido del poder en 1992.

Eso todavía no trasciende el terreno de las hipótesis. Habrá que ver cómo evoluciona la tragicomedia del “Bolsonarovirus” y corroborar si a Moro, que hoy se relame está listo para transitar el puente en su camino al poder que representa para el “establishment” este gobierno. 

De lo que si hay certezas, es que la sociedad brasileña se disparó en el pie en las elecciones de 2018 y ahora experimenta como su país, el gigante sudamericano, viene cojeando cuando tenía que estar entero y fortalecido para ejercer un liderazgo regional, que hoy brilla por su ausencia. (O)