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El Telégrafo
Simón Zavala

El Invencible

10 de abril de 2020 - 00:00

La esperanza es lo último que se pierde, dice la sabiduría popular. ¿Pero qué sucede cuando la esperanza se estrella contra un muro de acero? La esperanza no se pierde y continúa como una aspiración, como un deseo y también, casi como un ruego interior, que puede llegar hasta las lágrimas porque la soberbia y el ego se derrumban. Pero el que busca que esa esperanza se haga realidad cae a los pies del muro roto en mil pedazos como prueba de la fragilidad humana.

Rafael Correa, (Jorge Glas y otros), ha sido condenado a una pena de 8 años de cárcel por el delito de cohecho agravado. Luego de conocer la sentencia Correa tuiteo lo siguiente: “Bueno, esto era lo que buscaban: manejando la justicia logran lo que nunca pudieron en las urnas. Yo estoy bien. Me preocupan mis compañeros. De seguro ganaremos a nivel internacional, porque todo es una mamarrachada pero toma años. De tu voto depende que esta pesadilla acabe”. Pensar que internacionalmente podrá obtener una sentencia a su favor demandando al Estado ecuatoriano por este juicio, es una esperanza vana. Ni la Corte de la Haya ni la Corte Penal Internacional, tienen competencia para conocer de un reclamo personal de Correa. Y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, seguramente rechazará su demanda después de muchos años, porque no existe en este proceso, ninguna violación a sus derechos humanos.

Y con respecto, a que supuestamente en las próximas elecciones, o en las futuras, él o algunos de sus partidarios ganen, y se dé la posibilidad de un indulto, una amnistía, o un apoderamiento de la función judicial, o una dictadura favorable a sus intereses, es otra esperanza vana, porque los fraudes electorales con los que ganó ya no van a ser posible; tampoco los correístas podrán tener una mayoría contundente en la legislatura para perdonarle las diferentes penas a las que va a ser condenado;  no habrá posibilidades por ningún lado de apoderarse de la administración de justicia y, ninguna dictadura querrá, por encima del estigma de romper el orden constitucional, cargarse con el estigma de liberar a un muerto.

Como alguien hace años dijera: sólo son “sueños de perro”. (O)

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