La estabilidad de la institucionalidad del Estado, de un país, de un gobierno, de la sociedad, del sistema educativo, del sistema económico y la familia no debe estar sustentada en la corrupción, la injusticia, la desigualdad social, el miedo a la represión, el machismo, la evasión de impuestos y el ocultamiento de hechos reprochables.
No se debe defender las instituciones del Estado que se encuentran infectadas por la corrupción, una institucionalidad social que descansa en la desigualdad social, un gobierno ineficiente y corrupto, una actividad económica viciada con la evasión de impuestos de los que más pueden pagar, una institución educativa donde se ocultan conductas sexuales reprochables, autoridades públicas que no se encuentran a la altura de sus cargos, una institución familiar en la que impera el machismo y el autoritarismo, de ciudadanos atrapados por el miedo a participar y la indiferencia.
La verdadera institucionalidad debe sustentarse en la justicia, la paz, la igualdad social, la transparencia, el respeto mutuo, la honradez, la salud integral, la educación de calidad para todos, del trabajo de acuerdo a sus capacidades y necesidades de cada persona y que las autoridades reúnen un conjunto de valores éticos, morales y conocimientos de acuerdo a las funciones que ocupen.
De qué democracia hablamos si debajo de la piel se encuentra infectada por la corrupción.
No se puede sostener ninguna revolución si protege y defiende a los que cometen actos corruptos. Los virtuosos y corruptos han existido y existen en todas las instituciones y etapas históricas, ese no es el problema. El problema es mayor cuando la corrupción se institucionaliza, no se la combate, no se toman medidas ejemplarizadoras y es practicada por la mayoría de la población y autoridades.
Frente a los problemas de la corrupción se requiere más participación de los ciudadanos y transparencia, y más y mejor democracia. (O)
