Mientras escribo estas líneas, miro las imágenes de una pequeña multitud en la Plaza Grande. Corea: “Hay esperanza. Nadie se cansa”. Aluden a la novedad altamente probable de que los tres miembros del equipo de El Comercio, el periodista Javier Ortega (32), el fotógrafo Paúl Rivas (45) y el conductor Efraín Segarra (60) hayan sido asesinados por sus captores, de un frente de las denominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y del Ejército Popular.
Se quiebra la voz del coro, debido al dolor de saber que el hijo, el hermano, el padre, el esposo amado están a merced de sus captores. “Vivos los llevaron. Vivos los queremos” dicen, para conjurar el terror. La imagen conmueve, y más, si se piensa en declaraciones oficiales no solo carentes de certezas, sino de empatía con los familiares de los secuestrados. La indolencia ha caracterizado buena parte de los discursos de altas autoridades encargadas de la defensa del país y sus ciudadanos.
Pero las FARC, el EP, el ELN, ¿qué son? No solo organizaciones acusadas de prácticas terroristas contra población civil, de violaciones de mujeres y secuestro de niños convertidos prontamente en soldados indefensos, sino de fuerza de choque de bandas de narcos y criminales. Hace poco un miembro del ELN -al que Correa llamaba cariñosamente los “elenos”- decía que así como ellos pagan fianzas por sus presos, los familiares de los secuestrados deben pagar rescates.
Las FARC han sido apoyadas por varios militantes de la izquierda local. Sé de un insigne comunista local que lamentaba profundamente la liberación de Íngrid Betancourt, pues “la causa” se debilitaba.
El equipo de periodistas, Paúl, Efraín y Javier, nos recuerda que la paz es un tesoro que la gente desarmada busca incesantemente, y que los asesinos no son líderes sociales ni gente buena a la que se deba justificar. (O)
