Lo de Víktor Orban en Europa invita a la reflexión: aprobar una ley que proscribe la defensa de derechos de personas LGBTI como “propaganda gay”, bajo el discurso de que defiende a niños y niñas; y el derecho de sus padres a educarlos, sostiene el mismo y viejo estigma conservador de que la homosexualidad es inmoral y debe restringirse a la adultez, para tomar una decisión.
Es el clásico, “no soy homofóbico, pero”, que ya padecimos en Ecuador durante la década perdida y que mantuvo a personas LGBTI como ciudadanos de segunda.
No explicaré este tema, que para el común de las personas hoy en día puede googlearse y obtener información. Escocia, por ejemplo –por el mes del Orgullo– inicia un plan educativo que enseñará a infantes del sistema público, sobre derechos LGBTI para superar viejos e históricos prejuicios, que se trasladan en la edad adulta, a la consabida discriminación social e institucional.
Obviamente la visión retrógrada de Orban, es la misma que ahora –en los pocos argumentos que les queda a los grupos conservadores en el mundo entero, para inmiscuir su visión religiosa en asuntos públicos– cuestiona, por ejemplo, que Argentina haya aprobado ayer, sin discursos estigmatizantes de sus senadores, una ley de inclusión laboral a personas transgénero en el sector público.
Volviendo a Europa, lo propuesto por Orban ha generado tanta incomodidad en la Unión Europea, organismo supranacional a la que este país de la antigua Cortina de Hierro comunista, se “esforzó” en pertenecer reformando temas de índole económico.
El reto para la Europa moderna, civilizada y de derechos civiles, es que su mancomunidad no se limite solamente a asuntos de aduanas, intercambio económico, democracia y moneda única; sino al bienestar y derechos de todos sus ciudadanos. Así, la UE ha comenzado a cuestionar a Hungría desde eventos de coyuntura, como el fútbol. Lo hicieron los alemanes brandeando de arcoíris sus estadios en la Eurocopa en el partido contra Hungría, como forma de protesta. Esto no parará.
