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El Telégrafo

Humillante

28 de noviembre de 2012 - 00:00

Es el calificativo que cayó, claro y tajante, al final de una conversación con una amiga ecuatoriana que me contaba el resultado de una entrevista en el consulado francés de Quito. Quería visitar Francia. Guía profesional en su hermoso país, orgullosa de su origen indígena, acompaña principalmente a turistas franceses para que conozcan y aprecien el Ecuador, entiendan y saboreen la cosmovisión andina.

“Es humillante” terminó diciendo y no iría a ver la respuesta. ¡Qué conclusión tan dolorosa!, tanto para ecuatorianos que estiman la Francia como para franceses que amamos al país donde nacimos y que hemos sido acogidos en Ecuador como unos hijos más. Lastimosamente es la realidad que he escuchado comentar varias veces y que he comprobado personalmente.

Los ecuatorianos no merecen ese trato. Nos maravillamos de las incontables bellezas de sus paisajes, nos sorprendemos de la acogida y el compartir de sus habitantes, nos embarga para largo tiempo la ternura de sus abrazos tan calurosos. ¿Cómo devolver algo de los regalos que nos brindan tan naturalmente? Sin hablar de las deudas que tenemos, los países europeos, por el saqueo a sangre y fuego, de sus riquezas minerales y culturales, y hoy de su mano de obra barata y esclava en tierra europea. La industrialización y el bienestar de Europa se han construido y se siguen construyendo todavía sobre el despojo inmisericorde de América Latina y el maltrato a sus habitantes.

“Es humillante”. Semejante atropello nos hace ver que el colonialismo, el racismo y el imperialismo siguen vigentes y campantes. ¿Dónde está el lema de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, cuna de los derechos ciudadanos y humanos? ¡París, ciudad luz por su cultura humanista! ¡El francés, la lengua del amor!

Te pido perdón, amiga ecuatoriana, y a través de ti a todas y todos los ecuatorianos que se han sentido humillados en los consulados del Ecuador. Las fronteras se han construido por la mezquindad y maldad humanas. Todas y todos somos ciudadanos con iguales y plenos derechos de la aldea global que es nuestro planeta. La misma sangre corre en nuestras venas… en “las venas abiertas de América Latina”, y ahora en las venas abiertas de Europa.

San Pablo escribía que todos somos extranjeros y que todo lo tenemos prestado, porque existimos para constituirnos hermanas y hermanos y trabajar a la fraternidad sin frontera, enriqueciéndonos de nuestras diferencias. Hoy más que nunca necesitamos ayudarnos, porque ser humano es ser amigo.

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