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El Telégrafo

Honrar la palabra

09 de abril de 2011 - 00:00

Honrar la palabra es el compromiso moral que asume una persona de cumplir lo que ofreció. Quien honra su palabra lo hace no porque firmó un papel, entregó prendas, por temor de perder el trabajo, ir preso o porque lo puedan asesinar. Quien honra su palabra lo hace simplemente porque lo ofreció, se siente internamente obligado a cumplir.

Quien honra la palabra, primero tiene honra. Simultáneamente, es una persona honrada, tiene dignidad, es íntegra.

La palabra, para quien la honra, es una parte inseparable de lo que piensa, siente y de lo que hace. Es un ser integral.

Las personas conocidas porque honran su palabra, lo que más cuidan es  lo que dicen, lo que ofrecen. La mayor  riqueza de una persona honrada es su palabra. Cuando expresa o pide algo, se sabe que lo va a cumplir. No cumplir lo ofrecido es empobrecer la imagen que se tiene de uno mismo.

Las personas que se desintegran, que se dividen entre el pensar y el expresar y entre el expresar y el hacer, no son personas que pueden honrar  su palabra. José Martí decía “Quien no expresa lo que piensa no es un hombre honrado”, también “No se dice, se hace”. El hacer sintetiza la unidad de un ser íntegro.

¿Qué nos garantiza que una persona va a honrar  su palabra?

¿Cuando dicen “te quiero”, “lo pagaré en la fecha señalada”, “entregaré el trabajo”, “te devolveré el libro”, “te cumpliré el programa”, “ayudaré”, etc.? Lo que más garantiza que se va a honrar la palabra es su historia personal, lo que se dijo y se hizo en el pasado, es como nuestra  sombra,  muy difícil de evitar.

Quienes en forma repetida no honran su palabra, cada vez se hacen más pequeños, se van autodestruyendo y llega un momento en que su palabra y, por tanto, su persona, no vale nada. Una persona honrada, digna, no puede dejar pasar palabras que afecten a su honra. Al ser reclamado o emplazado quien no honra sus palabras, por incumplido, murmurador o mentiroso, es puesto en evidencia por quien  tiene autoridad moral y es ubicado en su lugar ante la conciencia colectiva. Sirve de muy poco ser muy inteligente, saber mucho, hablar y escribir bello y ser un mentiroso, tránsfuga, demagogo y hasta decir palabras verdaderas, si no existe una unidad con su conducta. Quienes cambiaron sus principios éticos, o ya no los tienen, no pueden soportar el fuego de la verdad, porque son de paja. El honrar la palabra, en un mundo en que se encuentra muy devaluada, es una verdadera estética de la conducta.

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