Tal cual borrachera donde los estribos se pierden desembocando en una juerga irrefrenable, pareciera sucedió en la patria donde la dictadura de los cuenteros gobernó. País donde una camarilla de trasnochados embaucadores, embriagados de poder, abusó de la confianza y hasta de la inocencia de su pueblo.
Para robar sin problema idearon un sistema donde todos respondían al jefe de la banda. Sin rubor alguno colocaron a personajes de medio pelo, rastreros y de altiva ambición a ejercer cargos que demandan calidad intelectual y moral. En la Fiscalía ubicaron a un payaso bribonzuelo, quien como mayor pergamino tenía el haber embaucado a unos extranjeros que decía defenderlos arrebatándoles la casa.
Al frente de la legislatura colocaron a una exreina, algo hueca, que consideró como lo más revolucionario mandar a comer mierda a quienes no bailaban la música que ellos ponían en medio de la juerga del atraco.
Para el sistema de justicia consideraron que lo mejor les era tener al frente de los jueces a una especie de tribunal de control liderado por un servil más, dispuesto a torcer o encauzar la justicia al servicio y beneficio del dictador con una sola llamada o cuanto correo fuese necesario.
Donde se exigieron de mejor manera fue en el funcionario llamado a controlar las cuentas y bienes de la patria. Allí mantuvieron al más versado y audaz de los ladrones. Pero no todo les fue perfecto y al final fallaron al elegir a quien gobernaría tras partir con lo robado. Circunstancias ajenas de control, como pesquisas internacionales y un sucesor no dispuesto a inmolarse por ellos, los tiene corriendo y devorándose entre ellos.
Al momento que se escriben estas líneas, otro de los llamados a cuidarles la salida a la banda de cuenteros y ladrones está enfrentando un juicio, amenazando –como se ha vuelto el estilo- arrastrar a cuanto pueda en su caída. Esta historia tan cercana y lejana a la vez aún no concluye, se escribe y descubre por partes y en ellas se revela el mayor atraco de la historia de un país. (O)
