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El Telégrafo
José Velásquez

Los herederos de Luis Chiriboga

28 de enero de 2019 - 00:00

A El calendario marcaba el 8 de enero de 2016. Miguel Almeida, de la Universidad Católica, pidió la suspensión definitiva para Luis Chiriboga quien tenía un mes en arresto domiciliario por el caso FIFA. Patricio Torres, de Liga de Quito, y Jaime Estrada, del Manta FC, secundaron la moción.

De pronto, saltaron al ruedo Luis Fernández, de la Asociación de Fútbol de Manabí y el síndico Guillermo Saltos Guale. El primero comparó a Luis Chiriboga con un Jesucristo mártir; el segundo dijo que destituirlo era ilegal. Un tercer tenor también se unió al coro: Selim Doumet, presidente de Asoguayas y actual candidato a la FEF. Ese día Chiriboga consiguió los votos, pero no tardó en caer.

El expresidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol era autoritario y desafiante. Usó la clasificación a tres Copas del Mundo como una suerte de licencia para salirse con la suya en casi todo. Era el dueño de la última palabra, como cuando Vinicio Luna se reintegró a la coordinación de la Selección luego de un año en prisión por tráfico de personas. O como cuando le arrebató a los equipos los derechos de transmisión por televisión. Dirigentes críticos como Eduardo Granizo del Olmedo, Francisco Egas de la Universidad Católica y Esteban Paz de Liga de Quito, fueron suspendidos. Cuando su antecesor en el cargo, Galo Roggiero, le ganó un juicio por calumnias, Chiriboga hizo que la FEF pague la indemnización de $ 80.000.

Al cabo de 18 años en el poder, Chiriboga tronaba los dedos en su elegante departamento del Quito Tenis y se hacía su voluntad. El estatuto le permitió implementar el clientelismo en el fútbol con viajes e invitaciones a dirigentes que aportaban poco al fútbol pero que tenían voto. Era el imperio de la arbitrariedad.

Pero Chiriboga no está en la cárcel de Latacunga por haber manejado a la FEF como una hacienda. No está preso por maltratar a la prensa o por haberse opuesto a la Liga Profesional. Está allí por lavado de activos. Es un sentenciado que además está obligado a devolver $ 5 millones de dinero sucio.
Una nueva FEF requiere de dirigentes que no hayan tenido que ver con esa gestión mafiosa. Los acólitos de antes se aprestan a untarle un perfume barato a un organismo descompuesto, que huele a podrido y que necesita renacer de la mano de otro tipo de líderes. (O)

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