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El Telégrafo

Hasta siempre, Comandante

07 de marzo de 2013 - 00:00

Los grandes muertos son porfiados: se niegan a desaparecer; no desaparecen, nunca. Tal ha ocurrido en Nuestra América con  Bolívar, Sucre, Eloy Alfaro, Martí, Che Guevara, tantos otros. Se hacen presentes cuando los pueblos están abatidos, tentando caminos, encendidos de fe y esperanza. Cuando cunden las amenazas de los poderes imperiales que arrasan libertades y justicia, independencia y soberanía.

Cuando suenan tambores que anuncian resistencia. Eso ocurre hoy día con la muerte del Comandante Hugo Chávez Frías, presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Su figura se levanta más alta que nunca, por encima de un mar de banderas y de lágrimas, de puños decididos y de ese clamor que retumba en todos los continentes: ¡CHÁVEZ NO SE VA! Y es que en verdad, Chávez no se va, no puede irse cuando los pueblos del continente lo necesitan como nunca para consolidar el largo sueño de la Segunda Independencia y la construcción del socialismo del Siglo XXI, que tiene en él su seguro y probado abanderado.

No puede irse cuando la humanidad toda ha visto erguirse su robusta figura para enfrentar a los dinosaurios imperiales que devoran pueblos enteros como Palestina, Libia, Iraq, Afganistán para tragarse sus recursos naturales como única fórmula para tonificar al capitalismo que se niega a morir para que viva la humanidad. Este capitalismo en quiebra económica y moral, lo mismo en Europa que en Estados Unidos, en los palacetes bancarios de América Latina o en el Vaticano. Chávez no puede irse porque es símbolo de unidad de los pueblos y de amistad y entendimiento entre los seres humanos.

Claro que los dinosaurios se muestran gentiles y amables ante su muerte. Pero esto es respeto de protocolo, hipocresía refinada, engañifa de sepulcros blanqueados. Ya los veremos actuar sin pérdida de tiempo en procura de dividir al pueblo bolivariano de Venezuela, en medio de cantos de sirena para convocar a una supuesta democracia, tinta en sangre de mártires y torturados, en sudor de pobres haraposos y hambrientos, herencia que fueron de aquella república manejada por oligarcas al servicio de multinacionales petroleras y del látigo de los amos de Washington. Pero no podrán lograrlo ahora, pues como exclaman las multitudes hoy: TODOS SOMOS CHÁVEZ.

Porque su liderazgo, sus realizaciones materiales y sociales, sus  iniciativas para unificar a los pueblos del continente y del mundo se volvieron carne en la carne de la gente común y de sus conductores, sangre en la sangre ardiente de los luchadores. De allí que Nuestra América cesa sus labores un momento, saca el pañuelo de los adioses para agitarlo en el aire de la libertad y exclama con voz de siglos: Hasta mañana, líder inolvidable. Hasta el mañana. Hasta siempre, Comandante.

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