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El Telégrafo

Hambre y codicia en África

02 de septiembre de 2011 - 00:00

El mundo africano  fue y es   la gran bodega inagotable, la inmensa factoría  donde las potencias desarrolladas obtuvieron y  siguen  explotando  sus fundamentales y mayores recursos naturales y humanos, que permitió y ahora todavía  posibilita   a su clase dominante sostener   las dispendiosas formas de vida de metrópolis invencibles.

Lo propio sucedió  en América Latina y en Asia, y en cualquier lugar donde  la bota imperial  atiza sus banderas de dominio y despojo.

En el pasado fueron el oro, las piedras preciosas, el marfil y las maderas finas, los cuerpos y vidas  de sus naturales -en el comercio infame de los esclavos- y  también sus suelos feraces y extensos  los que  colmaron los  inmorales  afanes de los colonialistas.  Hoy las apetencias  de su  monstruosa ambición  se centran en las necesidades apremiantes   por el agua  y el petróleo,  elementos cada día más escasos y costosos.

Antaño  los “misioneros”  llegaban   con  el mensaje divino, junto al conquistador blanco, para apoderarse  de las minas  y territorios de labranza y de sus almas. En palabras del ilustre obispo sudafricano Desmond Tutu: “Vinieron con su Biblia a nuestras tierras, nos dejaron la Biblia y se llevaron las  tierras”.

Ahora, agobiados por sus  recurrentes crisis financieras, reclutan mercenarios, entrenan criminales extraídos de  las cárceles de los países del Medio Oriente, contratan a   oficiales sionistas dispuestos a las mayores atrocidades, y con ellos arrasan  y destruyen,  por ejemplo, a la población civil en Libia  -como antes lo hicieron en  Irak- llevando un  terror soez, como  complemento de un oprobioso apoyo  a los bombardeos indiscriminados de la aviación de la OTAN sobre mujeres, niños y ancianos   del Estado libio, y cuyos  millares de muertes  inocentes no concitan reacción alguna de nadie.

El Occidente judeocristiano nuevamente obliga al impropiamente  llamado Continente Negro a la  sumisión y obediencia   para que el  saqueo monumental, no solo de sus riquezas del subsuelo, sino también de su milenaria cultura, sea legal  y apropiado  y merezca el agradecimiento universal. No olviden y recuerden  lo acontecido en Bagdad.

Los millones de explosivos descargados sobre el territorio de Libia  son una muestra fehaciente de lo que son capaces los imperios cuando agonizan y derrumban.

La vesania  y crueldad  de los corruptos   invasores de Trípoli  contra  sus defensores implican  el mayor desprecio por la condición humana, las violaciones de  cientos de mujeres y niñas por parte de la escoria contratada por las agencias de espionaje de los estados compactados en esta operación bélica  y de reconquista,  realmente monstruosa,  en algún momento recibirán  condena de la historia. Simultáneamente otro hecho sacude, o debería sacudir, la conciencia de la humanidad  en el llamado Cuerno de África:  12 millones de seres humanos -insisto, seres humanos- vagan por planicies y montañas  en busca de alimentos y agua, ya que  la ONU  no logró reunir los 2.500 millones de dólares  que se requerían  para paliar  el estado de hambruna que los agobia. Empero, se liberaron para la “reconstrucción de Libia” 1.500 millones de euros embargados en USA, que serán entregados a empresas occidentales para salvarlas de su real bancarrota.

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