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El Telégrafo
Nancy Bravo de Ramsey

Guayaquil por la patria

13 de octubre de 2015 - 00:00

La historia nos relata pasajes impresionantes de la vida guayaquileña, así como de otras poblaciones y regiones del Ecuador, pues cada ciudad, cada sector nacional, ostenta hechos impresionantes, no solo en el proceso de la independencia, sino además en otras destacadas circunstancias. Guayaquil, la más desarrollada y evolucionada urbe de la Costa, recibe permanentemente en su seno un proceso migratorio interno y externo que nunca acaba y, como sucede en la mayoría de las ciudades del orbe, en gran medida acoge a quienes vienen de otros lados con comprensión y simpatía,  permitiendo que ellos evolucionen y desarrollen sus proyectos, bajo la protección de la ciudad que eligieron para continuar su existencia.

Pero sucede que ciertos dirigentes políticos hacen permanente alarde de su condición de guayaquileños, dando a entender que existen diferencias importantes con quienes han emigrado a la ciudad, no importa el tiempo o la generación de su familia que lo haya hecho. “Somos guayaquileños de pura cepa”, repiten, lesionando de este modo el amor propio de los migrantes que en casi todos los casos han contribuido -al igual que sus antepasados migrantes-, a la evolución de la urbe, y trazando una división innegable con ellos, que en su mayoría se sienten discriminados. Y en este punto, debemos aclarar algo especialmente importante: ¿De ‘pura cepa’? Pues no hay un solo  guayaquileño que lo sea, de igual modo que no existe un quiteño de pura cepa, ni un manabita que ostente la circunstancia de pura cepa, aunque muchos lo pretendan. Lo dicen los mismos apellidos, en cada una de las regiones de nuestra nación, en su mayoría extranjeros, españoles, franceses, árabes, italianos, alemanes y etc., mientras que los únicos que son de pura cepa son aquellos que mantienen tal condición, llevando con mucha dignidad y orgullo apellidos indígenas propios de la zona, apellidos que existen desde los tiempos de sus antepasados, antes de la llegada de los españoles.

Y existen también ciertos dirigentes políticos que se refieren a sus amigos o parientes como ‘patriarcas’ -¿patriarcas por qué?, pues tal calificativo se debe asignar únicamente  a aquellos personajes que contribuyeron en real medida a la formación o independencia de la nación o de alguna de sus urbes-, mas no a sus descendientes (que podrían no merecer tal dignidad). Esto también establece notables diferencias con los que no son calificados como patriarcas y que de aquella manera se sienten disminuidos, discriminados, menospreciados.

No obstante lo dicho, lo más aberrante que pudiera existir en esta noble, generosa y bella ciudad de mis amores es la afirmación de ‘Guayaquil por Guayaquil’. ¡Por Dios! ¿Cómo es posible que alguien, que también afirma que Guayaquil no necesita del resto del país, piense de esta manera? ¿Qué es lo que pretende? ¿Desmembrar junto con sus seguidores a nuestro pequeño país? Esto suena a antipatria, a traición a la nación, envanecido con su pequeño y fugaz poder local. ¿No les parece que mejor se escucharía ‘Guayaquil por la Patria’, como se dio a conocer un mes después del 9 de Octubre de 1820, en el Reglamento Provisorio Constitucional de la Provincia de Guayaquil? ¡Hay que fortalecer a la nación! Esa debe ser nuestra primera responsabilidad. Aunque el amor a Guayaquil nos domine en parte, como en mi caso, pues aquí nació mi madre, aquí hice mis estudios universitarios, conocí a quien más tarde fue mi esposo, aquí nacieron mi hijo y todos  mis nietos y aquí pienso seguir viviendo, en esta ciudad querida que junto a mi lugar natal, Portoviejo, domina en mi corazón y en mi cerebro. (O)

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