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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

Guayaquil en la patria

22 de julio de 2017 - 00:00

En su estelar fecha, Guayaquil, la ciudad de la gesta octubrina, se destaca en el concierto Patria–Ecuador, brillando con intensidad en el escenario del progreso, con el aporte de sus hijos, engrandecida y motivada para competir y seguir mejorando su presencia entre las grandes del continente.

La cuna de Olmedo, en el mes de relevantes sucesos históricos, el natalicio de Bolívar y el ejemplar diálogo de los dos héroes de la emancipación latinoamericana, el Libertador y José de San Martín, se viste de gala, desfiles cívicos–culturales, conferencias, espectáculos, citas y ofertas de seguir gobernando en beneficio de todos, especialmente de los postergados de siempre.

Guayaquil emergió a la luz, en fecha incierta, no precisada a criterio de los investigadores de hoy y del pasado. Lo cierto y verdadero es que la metrópoli existe, aunque se afirma y se habla de un proceso fundacional que se inició el 15 de agosto de 1534 y que terminó el 25 de julio de 1547. Por tradición y costumbre a esta fecha se la sigue considerando para enaltecer a la Perla del Pacífico, pero como fiesta patronal por coincidir con el santoral del apóstol Santiago.

Solo para recordar, Guayaquil marcó la revolución octubrina, hazaña de transcendencia, porque sirvió de motivación para que otras ciudades continúen en la lucha hasta consolidar su libertad política definitiva con la jornada épica de Pichincha. La urbe huancavilca siempre ha sido guía de otros hechos insurreccionales de los pueblos para alcanzar muchos logros y, especialmente, afirmar la libertad, la justicia, la democracia y mejorar las condiciones de vida de los ecuatorianos.

Al paso, recordamos el ejemplar diálogo histórico entre Bolívar y San Martín, que a pesar de sus diferencias en la manera de gobernar a los pueblos liberados del tutelaje español, comprendieron en esa época, hace dos siglos, que lo básico es intercambiar ideas y exponer puntos de vista con sinceridad para superar diferencias e insistir en el tema de convergencia. Enseñaron que el altruista promueve el diálogo y acepta sus yerros, pero el necio y arrogante grita y amenaza: “Esta es mi verdad y se acabó”.

Nuestra ciudad, entre sus avatares y momentos de infortunio, con su excepcional ubicación geográfica, la contribución de los nativos y oriundos de otros lares y el apoyo de gobernantes que no se olvidaron del sentido de patria, se convirtió en elegante y acogedora. Se ha extendido con rapidez increíble en diversas direcciones y avanza por el valioso aporte de la comuna y del Gobierno. Guayaquil ahora luce moderna y de atracción turística, pero aún falta, quizás por olvido, atender al amplio sector marginal que observa desalentado su  abandono, eso sí  sin perder la esperanza.

Amar a Guayaquil no es solo gritar: “Viva mi ciudad” o participar en un desfile por la avenida principal o izar una bandera en lo alto de un edificio. Adherirse a los festejos no es suficiente. Entre otras expresiones de civismo constan: apoyar la obra municipal, pagar los impuestos, respetar las ordenanzas, acatar las leyes, practicar la solidaridad o ayudar con todo lo que se puede a quien lo necesita, sin exhibicionismo, ni la espera de la recompensa, no atentar contra la propiedad privada, y propender, fundamentalmente, a fortalecer la unidad nacional. Guayaquil en la patria. No olvidar que el fin de un régimen nacional o seccional, es gobernar en función de pueblo. (O)

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