La OMS y casi todas las naciones han sido claros en reiterar lo cierto: “protección para no contagiarme, ni ser vehículo de contagio en mi ubicación geográfica (incluyendo seres queridos, si convivo con ellos): la regla es quedarse en casa, y, distanciamiento social”. No obstante, me genera un profundo horror conocer por notas de prensa que aún en espacios geográficos (por ejemplo Quito y Guayaquil; especialmente esta última), hay propios y extraños que tienen una actitud nada colaborativa y hasta de aversión sobre la ya mencionada certeza.
Su regla es no quedarse en casa, el implantar la señora “sabiduría criolla” para movilizarse con vehículo (con toda la familia, si está de ánimo) “exonerados” con salvoconducto que erróneamente generaron, y el transitar (en masa) sin mascarilla (desde luego aquella que cumpla con el filtrado para “gotas de saliva”).
He ahí la gran fuga de una tina que los representantes estatales intentan llenar (sistema sanitario que no colapse, que salve vidas y que transite hacia la vanguardia), quizá con errores (algunos insalvables de la crítica categórica y que se anhela se enmiende), pero, al fin de cuentas, son humanos, y lo más terrible sería el que no actúen (sin querer decir que se acepta la mediocridad).
Semanas atrás el profesor Ido Erev (Technion, Israel) en The New York Times (NYT) dijo (en resumen): “probable problema con el coronavirus es que una gran parte de la gente puede subestimar el riesgo de contagio… caer en autocomplacencia (satisfacción de sí mismo)… el “no me pasará a mí”. Esto me temo está ocurriendo en Guayaquil.
Cómo corregir esto: a) activar fedatarios: quien escupa en el piso sea denunciado con foto, y multado; y denunciante tributariamente estimulado; y, b) como lo dijo el jurista Joffre Campaña a Bajo La Lupa: campaña de difusión agresiva en Radio y TV, reiterativa (muy frecuente) y didáctica (que hasta un niño lo comprenda). (O)
