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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

Ungaretti, poeta

20 de noviembre de 2018 - 00:00

Hace muchos años, nuestro Adoum presentó una conferencia titulada “Arte poética”; allí, la poesía aparece en su esplendor y heterogeneidad, también histórica. Recordando a Paul Éluard, Adoum dice: “Si preguntas a un campesino griego qué es un poeta, dirá ‘ese que canta’, pero si preguntas, en Occidente…, dirá ‘uno que escribe versos’. Y puesto que la voz sale de la misma caverna que la poesía, acordada con ella como un instrumento, escribirla resulta una aberración cuyo origen no sé bien en qué lugar o época situar, a sabiendas de que lo cometemos”.

Uno de los últimos poetas que me han entusiasmado particularmente es Giuseppe Ungaretti. La cita de Adoum resulta oportuna porque en varias entrevistas en las que Ungaretti lee, hacia el final, un poema suyo, se puede ver una especie de representación teatral. La forma en que él lee su trabajo, su voz y sus gestos extraños, hacen recordar esa línea endeble que separó, en su momento, a los poetas de los cantores y los actores. La forma en que Ungaretti lee sus poemas se asemeja seguramente al trabajo de estos últimos, con gestos añosos que rememoran a la tragedia.

Pero también impresiona la forma en que veía algunas discusiones de su tiempo. Entrevistado, en los años 60, acerca de la homosexualidad y la heterosexualidad, dice: “Todos los seres humanos tienen una estructura particular, cada ser humano está hecho en un modo diverso, en su estructura física y en su dimensión espiritual. A su modo, todos son anormales; en cierto sentido, todos están en contraste con la naturaleza, y esto desde el primer momento. Todo acto de civilización es un acto de prepotencia humana sobre la naturaleza, un acto contra natura”.

No es del caso extenderse en el análisis de esta respuesta, solo indicar el pensamiento de un hombre que en aquella época era un viejo con opiniones de joven. En dicha entrevista dice que, en tanto poeta, ha debido salirse siempre de aquello que se consideraba lo normal o la norma; pero que, en ese punto, no hacía otra cosa que observar las leyes de la vejez, “que, desgraciadamente, son las leyes de la muerte”.

Ungaretti perdió a un hijo pequeño y también a su esposa. Algunos sitúan en esas circunstancias su arraigado pesimismo frente a la vida, aunque también la potencia dolorosa de algunos de sus poemas. Dice, por ejemplo: “Dios, ¿aquellos que te imploran / no te conocen más que de nombre? / Me has arrojado de la vida: / ¿me arrojarás de la muerte? / Quizá el hombre también es indigno de esperanza”. (O)

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