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El Telégrafo
Mariana Velasco

Fragilidad humana

09 de diciembre de 2020 - 00:00

Siento que el ser humano de nuestros días no vivía de frente su fragilidad, con la cuál de forma inevitable, se encontraba. Probablemente la evadía, adornaba, olvidaba y enterraba, olvidándose de sí mismo, alejándose de su­ algo tan humano, tan inherente a la existencia como la enfermedad y muerte, hasta que llegó la pandemia del covid 19 para sacudir los más profundos cimientos del ser.

El libro ‘La fragilidad de los hombres. La enfermedad, la filosofí­a y la muerte’, de  Enrique Anrubia, a través de sus 205 páginas conducen con serenidad y seguridad por las aguas turbulentas que ha significado siempre para el hombre su propia fragilidad hacia la integración solidaria y pacificada del dolor, enfermedad y muerte.

No importa ser el número uno de El Vaticano, la Casa Blanca, el hombre más rico del mundo, la artista con más fama o la influencer con miles de millones de likes o un reciclador en el más recóndito sitio del planeta, el tema del sufrimiento y la fragilidad, son tan humanos qué, desde estas distintas perspectivas, el texto impide enclaustrarse en sí­ misma. El cartujo no niega, no espiritualiza el dolor, la enfermedad o la muerte, sino que lo abre y lo hace experiencia comunitaria.

A través del contenido se afirma qué, dolor y muerte son temas recurrentes a los que nunca se les puede dar la última palabra y muchas veces se les "medio sonríe" con cierta indiferencia aunque desde distintas ópticas porque en el sufrimiento y muerte- hay mucha vida humana- cuando el ser humano eleva su cotidiana naturaleza, construye solidaridades y se abre a la trascendencia, que es omnipotencia de Dios.

La pandemia, experimentada en vivo y directo en todo el planeta, desnudó que la vida del ser humano es extremadamente vulnerable cuando se presentan situaciones socio-económicas desfavorables que irremediablemente condicionan a la persona a padecer de hambre, desamparo social e indigencia. Las carencias alimenticias, las condiciones de vida insalubres y la indefensión ante el dolor, conllevan daño físico, que a su vez predispone a la persona para el desarrollo de enfermedades.

El ser humano malnutrido de cuerpo y alma se vuelve frágil; no solo sus funciones orgánicas se ven comprometidas, sino que además sus habilidades cognitivas, necesarias para desempeñar bien un trabajo, también se ven deterioradas.

La vulnerabilidad no solo constituye el fundamento del autocuidado y su razón de ser, sino que alude a un rasgo del ser humano relacionado con el imperativo ético de velar por la protección de la vida y su respeto; al tiempo que su noción conserva una relación muy estrecha con los principios de autonomía, dignidad e integridad.

La vida pareciera hoy estar más tensada por la fragilidad humana que en otras épocas de la historia y no está por demás que al menos cada cierto tiempo, seamos conscientes de lo que nos pueden enseñar nuestras fragilidades; que es el cuerpo, como es el hombre, que alberga a las relaciones entre salud, enfermedad, religión, dolor, consuelo, silencio, y muerte, en perspectiva y en prospectiva de lo humano y lo divino.

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