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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

La magia de la flauta de los Andes

23 de junio de 2018 - 00:00

La puesta en escena de la ópera de Mozart “La flauta mágica”, por parte de la compañía del Teatro Sucre, evidencia el carácter universal del arte y la posibilidad de un fecundo diálogo intercultural. Es verdad que existen muchas adaptaciones musicales, teatrales y cinematográficas de esta ópera, pero parecía una locura conjuntar a Mozart, el libreto de Shikaneder, con la tradición cultural andina.

Sin embargo, la magia, la luz, el color atraviesan las culturas y los resultados son sorprendentes para nosotros, que podemos vernos, escucharnos y recrearnos en la universalidad de un Mozart. La apuesta de la maestra Chía Patiño, con una sólida formación y experiencia, quien tuvo a su cargo la dirección escénica, rinde sus frutos.

La adaptación musical del ya fallecido maestro Segundo Cóndor, la vibrante dirección musical de Carmen-Helena Téllez y la orquesta de instrumentos andinos -unidas a la espléndida escenografía, vestuario, luces, maquillaje, y por supuesto la actuación y canto de su elenco- replican el éxito que esta ópera tuvo en su estreno en Viena en 1791.

Sorprendieron y deleitaron los quichuismos salpicados de un libreto ya traducido del alemán -pocas óperas clásicas se escribieron en ese idioma- al español. Un papageno andino hizo las delicias del público, que en el elenco que pude apreciar, fue interpretado por el barítono cuencano Diego Zamora; igual que Tamino, Pamina, la Reina de la noche, Sorastro, Monóstatos.

La presencia de diablos humas, amautas, mitimaes, damas vestidas con trajes andinos, fueron excepcionales para recrear nuestras significativas y hermosas tradiciones culturales. Todo ello unido a los sonidos de quenas, zampoñas, bocinas, charangos, constituyen la verdadera magia de esta ópera, excepcional por sí misma, pero que ahora ve una adaptación que nos retrotrae a nuestras profundas raíces, de las cuales estamos orgullosos.

Con vergüenza debemos reconocer que como llamados “mestizos”, necesitamos que -igual que ocurre con el idioma italiano o alemán- necesitamos que nos traduzcan en pantalla o en la folletería frases y quichuismos empleados. La interculturalidad es una apuesta vivencial y política que no acaba de concretarse en nuestro país, por múltiples prácticas y mentalidades colonizadas que hicieron su trabajo durante demasiado tiempo.

El arte constituye un espléndido recurso para construir esta interculturalidad. Por ello, concluyo con la frase que Papageno le dice a su warmi Papagena: Ñuca atzilgulla. Esos son los sonidos que deben cada vez más estar presentes en nuestros escenarios, para entendernos mejor. (O)

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