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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

La fiscalizadora fiscalizada

09 de febrero de 2019 - 00:00

La asambleísta Ana Galarza fue destituida en la Asamblea Nacional. Es la tercera de las legisladoras destituidas y quizás no sea la última. Las causales de su destitución fueron puestas en duda por una parte de la propia comisión que la juzgó, quienes eran sus coidearios, la otra parte hizo un informe de minoría que fue el que primó en la Asamblea.

La destitución de Galarza constituye un acto significativo en la medida en que ella pretendió abanderarse de la fiscalización del correísmo y el morenismo. Sin embargo, esa pose de personificación de moralidad política se vino rápidamente al suelo, puesto que una serie de acciones como el mal uso de bienes públicos, el triste rol desempeñado por su propio esposo dentro de la Asamblea, y un discurso de chantaje dieron cuenta de un perfil poco ético.

Los perfiles de buena parte de los asambleístas son deplorables, no tanto porque no cuenten con el suficiente nivel de instrucción educativa, sino porque su trayectoria no llega a compensar esa insuficiencia en su formación. El partido político de Galarza, por el mérito de haber sido reina de belleza, pretendió suplir su carencia de experiencia política y formación académica pertinente. Hay que decir que varios partidos políticos tienen una robusta tradición en postular reinas de belleza como candidatas en diferentes dignidades; la cuestión es que les ha dado resultados.

El desmoronamiento de la Asamblea y la ineludible cuestión de fiscalizar a los fiscalizadores nos retrotrae a la añeja discusión entre ética y política. Para los griegos, ética y política constituían dos elementos indisociables de la actividad del ciudadano de la polis. Mucha agua debió pasar bajo el puente para que Maquiavelo, siglos después, estableciera una suerte de ruptura entre la política y la moralidad -antes que la ética- en atención a establecer un poder eficaz. A partir de ahí, la teoría política ha mantenido una tensión siempre presente entre ética y política.

En nuestro país, luego de la impresionante renovación de las prácticas de corrupción, resulta ineludible debatir acerca de los límites éticos de la actividad política. Según el pensador Morin, la ética tiene un componente tripartito que debe lograr un equilibrio: individuo, sociedad, especie. La Asamblea lo ha puesto en el tapete, esperemos que pueda conservar una tensión apropiada entre cuidar los comportamientos éticos y no echar a perder la institucionalidad. (O)

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