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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Fiestas sin los caranquis

06 de septiembre de 2014 - 00:00

En este mes la provincia de Imbabura celebra tres fiestas cívicas de fundación: Otavalo, Cotacachi e Ibarra. Las dos primeras rememoran a las chichas del yamor y la jora, respectivamente. Ibarra, en cambio, se prepara con cacerías al zorro y pregones. Las tres ciudades han olvidado a sus antiguos habitantes: los caranquis, quienes poblaron desde Guayllabamba hasta el Valle del Chota, del 500 al 1500, de nuestra era, antes de las invasiones incas y españolas, en el siglo XVI.

¿Quiénes eran estos pueblos? Retrocedamos, entonces, unos cinco siglos: Desde el centro ceremonial de las tolas los caranquis agradecen al más sabio de los montes, el dios Taita Imbabura, por el prodigio de las cosechas de maíz. Hay fiesta en el aire y los danzantes llegan al sonido de los pututus (strombus), ocarinas y rondadores.

Desde hace miles de años -de mano en mano- han domesticado al maíz, y ese colorido esplendor está presente un poco más lejos, en el mercado o tiánguez, en el sector de Salinas. Un mindalae o comerciante camina por entre los sitios dispuestos y le ofrecen chicha, elaborada con semillas diversas que cada familia cultiva y selecciona con esmero.

A la distancia, el dios protector Taita (Padre) Imbabura -que significa criadero de preñadillas- permanece envuelto en su penacho de nubes. Las papas, llegadas desde el ocre confín de los pastos, la yuca, el cuy -un animalillo sabio que vive en Cuicocha (Laguna del cuy)- anuncian la llegada del mediodía.

En la tola ceremonial están depositadas las mazorcas, como un don para estas deidades de montes que se aman y tienen hijos hasta en las lagunas, en forma de islotes. Los danzantes han iniciado -en medio de trajes vistosos- un nuevo círculo ante el asombro de los niños y niñas de ojos diáfanos como las lagunas.

Todos intercambian como hermanos: cayambis, quitus, pastos y caranquis, en una estrategia de diversos pisos ecológicos (microverticalidad) que se complementan: porque -a diferencia de los Andes centrales, Cusco, regimentados por un poder estatal- la economía está determinada por relaciones de intercambio y control de excedentes, en manos de especialistas. Donde la naturaleza también es una deidad a la que no hay que domarla ni explotarla y la reciprocidad es un bien común.

En Cochicaranqui, en el actual sector de Zuleta, a 4 kilómetros de Angochagua, este pueblo ha construido más de 150 tolas que tienen muchos usos: adoratorios, sitios astronómicos, viviendas y es, además, la capital de los caranquis. El otro sitio es Socapamba, donde se levantan 60 montículos de estos pueblos (señoríos étnicos norandinos) que viven en ayllus dispersos y han construido más de 5.000 montículos.

Es irónico, por esa mirada colonizada que aún se tiene, los pueblos tienden a olvidar su pasado. De allí, a la invención de la tradición, solo hay un paso. En Otavalo, alguna élite indígena despistada se cree descendiente de los incas, olvidándose de que son caranquis; y en Ibarra algunos se ufanan, por poco, de ser tataranietos de Benalcázar, quien -por cierto- era porquerizo. En Imbabura, como en el país, la historia de los vencidos aún está por contarse.

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