En una columna anterior se trató de explicar que la institución del familismo tiene raíces en un arraigado conjunto de valores culturalmente impuestos. Sin embargo existen otras razones por las cuales los políticos de nuestro país, atienden preferencialmente los intereses de su estirpe por encima de principios republicanos.
Estas razones se fundamentan en la prudencia racional: en una sociedad con bajísima seguridad jurídica y donde la actividad política incorpora gran incertidumbre futura (las vueltas de la fortuna son a menudo dramáticas), en donde no existen estructuras que aseguren una retirada segura y donde la alternabilidad toma la forma de una interminable serie de posibles venganzas, represalias y revanchas.
La familia constituye una de las pocas esferas que pueden proporcionar protección, empleo y apoyo permanentes. Los cargos son o pueden ser transitorios, pero la lealtad familiar – si se cultiva- es perpetua: es lo único con lo que se puede contar en definitiva.
Por tanto, es prudente para el servidor público apostarle a servir a su linaje de manera prioritaria, a sabiendas que las lealtades políticas son efímeras, mudables y sujetas a los vaivenes del interés y la pasión. La pregunta que se debe hacer el político en su fuero más íntimo es: Una vez ya sin poder, ¿quién cuidara por mí, quién me protegerá, quién me socorrerá frente a las probables acechanzas y cuentas por cobrar?
En países con sistemas judiciales imparciales, independientes y confiables, tal pregunta no es tan inquietante, pero, en Ecuador -como se ha visto históricamente- la justicia sigue sirviendo a cualquiera que sea el poder de turno, a sus intereses, pasiones y represalias .
Incluso, en ocasiones, se intenta justificar el enriquecimiento ilícito como parte de la necesidad de acumular recursos para hacer frente a los riesgos de una futura persecución y a sus ingentes costos. El familismo aparece, entonces, como una inversión en seguridad de largo plazo. (O)
