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El Telégrafo

Éxtasis del verso irreverente

26 de septiembre de 2012 - 00:00

Desde la médula de la noche emergen los elementos lúdicos provenientes del arcano, para configurar la huella poética que se perenniza en la epidermis del tiempo. Desde la agitada prolongación del día en donde la calle se convierte en la gitana de nuestras ilusiones surge el tatuaje lírico, tras el caleidoscopio de los fracasos inevitables.

La poesía es el líquido vital para el sediento, el pan necesario para el hambriento, el insomnio del presidiario, la perdición de la sotana, la pira que enciende los cuerpos de los amantes y su dulce cinismo. La poesía es la manera febril de referirse a la tentación de la manzana. La guardiana de los besos inconclusos. La hembra que camina agitada en la avenida pecaminosa en busca de las miradas obscenas. La melodía que seduce los corazones hasta la ternura. La nube que advierte la fugacidad de la lluvia.

La poesía posee el azul del cielo, acoge la imagen de lo absurdo, transgrede la rutina. La poesía se recrea desde la nada, en una elocuente muestra de pasión con la grafía. Es esencia de vida. Convocatoria de muerte. Sudario de realidades ignotas. Ceniza que se confunde con el viento. Llamarada de obsesiones. Macabra definición de relaciones prohibidas. Altisonante grito de rebeldía en contra del oprobio. Vocablo antisistema. Sol y arena en donde se delinean los versos inacabados e inconfesables.

Nelson Villacís es el poeta irreverente de la blanca urbe de Ibarra. Su profética perspectiva artística le permite conjugar de manera múltiple su condición de pintor, escritor y practicante místico. Él es el orfebre del body art. También el impulsor de talleres literarios en su ciudad natal. Transita a partir de la soledad en la incansable ruta de la gestión cultural, con signo propio.

Es autor de los libros: “Ungüentos para adelgazar una flor”, “Con más amor que ego”, “Eva, ebriedad y enigma”, “Tartamundo” y “Este libro no sirve para nada…”. En sus textos hay un sentido autobiográfico: “Los poetas locos cósmicos/ pianistas clandestinos/… Hay poetas de casino./ Los hay que por tan devotos/ del silbido de sus sílabas/ mueren de hambre en las calles/… Yo soy poeta ¡Señor!/ Yo soy poeta/ pero no por mérito, sensibilidad o vergüenza/ sino porque de tan desocupado siempre me sobró el tiempo”.

Villacís juega con las palabras y con la atención del lector/a. Es un iconoclasta que propugna la libertad ante la seducción lírica y los harapos del amor milenario: “Maldita obsesión de hematoma con la caricia/ menester de labio atado a la metáfora/ alucinación de ternura con el sustantivo./ Quiero doparme de verbos y adjetivos,/ romper con el poniente pronombre y el artículo/… para ciego a las huellas de otro/ persuadir al lenguaje del misterio/ que me autorice morir en paz y descrédulo/ siendo amado, no entendido”.  

En su temática aborda aspectos del medio ambiente, núcleo telúrico, emigración, crisis socioeconómica, crítica al sistema político y a la banalización de la convivencia planetaria, desde una dimensión universal. La deshumanización imperante es observada por el autor con el lente irónico del ser desencantado. Aunque su esencial escape poético sea el antojo amatorio y el desvarío erótico: “Quiero que tus manos me acaricien sin tregua,/ que tus labios lluevan mi cuerpo;/ la atmósfera de tu aliento exhale a mi oído,/ quiero que tu espalda trepe a mi sueño./…Quiero que tu pecho celebre mi lengua,/ descabelles tus pies en mis hombros;/ el bosque mojado de tu pelvis/ intercepte de mi cometa todo el hilo”.

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