Una excelente evaluación integral es imprescindible para que se pueda proporcionar una educación integral, de acuerdo a las particularidades de cada estudiante.

No debe darse una explicación masificada de parte del profesor, sin tomar en cuenta la situación concreta de los órganos de los sentidos, las aptitudes y talentos, la sensibilidad, el estado emocional, el perfil de la personalidad, la capacidad de receptividad de la comunicación y el estado del espíritu del estudiante.

Este último aspecto es de fundamental importancia, ya que determina los deseos, sus anhelos más profundos, su fuerza de voluntad que genera las motivaciones de su espíritu, que compensan las limitaciones y discapacidades que permiten alcanzar metas y sueños, por encima de sus condiciones físicas.

La evaluación debe ser integral: física, emocional, mental y espiritual. En caso contrario no podríamos explicarnos por qué un estudiante que tiene prometedoras condiciones físicas, aptitudes y desarrollo cognitivo, fracasa en los estudios y la vida.

Una estimulación educativa sin una evaluación integral no llega a estimular a los receptores específicos, lo que exige maestría de parte de los educadores. Lo repudiable ha sido -y lo sigue siendo- la utilización de la evaluación para detectar las limitaciones de los estudiantes para excluirlos de los sistemas educativos.

La educación sin evaluación es una actividad a ciegas. La evaluación para la exclusión educativa es un crimen de lesa humanidad. Convierten a determinados estudiantes en condenados de por vida.

Los maestros de verdad deben conocer la integridad de los estudiantes, en caso contrario no podrán ayudar en el desarrollo multifacético de las personas que tienen bajo su responsabilidad.

Sirve de poco un profesor que tenga muchos conocimientos en algunos temas del currículum, si  no conoce las potencialidades, limitaciones y voluntad de lucha por trascender de parte de los estudiantes. (O)