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El Telégrafo
Felipe Rodríguez

¿Eutanasia?

27 de mayo de 2019 - 00:00

Ciertos temas, que bajo ningún concepto son moda, sino progresismo, arrastran a la sociedad a discusiones como la del matrimonio igualitario o el aborto y, uno de ellos, que ha sido tratado desde el corazón y no desde la razón, es la eutanasia.

Son dos corrientes las que se enfrentan: la de quienes consideran que se debe reconocer el derecho a morir y la de quienes consideran que tal derecho no debe ser reconocido. A esto le llamo “confrontación estéril”. Los problemas jurídicos se deben resolver conceptualmente y a cada cosa se la debe llamar por su nombre. Sobre este tema se pueden escribir libros enteros, sin embargo, quiero introducir el tema, en esta corta columna, para generar descargas reflexivas.

La Constitución otorga una serie de derechos al “ciudadano de primera”. De estos derechos deberíamos obtener un sistema de valores. Por ejemplo, se reconoce el derecho a la vida porque es un valor y únicamente se puede tutelar valores. El conjunto de estos valores se llama “dignidad”.

De aquí se derivan los únicos bienes jurídicos que podrá tutelar el Derecho. Hilemos fino: morir no es un valor, ergo, no será jamás un derecho (ni siquiera idealmente), porque tal cosa no existe, ergo, nadie tiene derecho a morir. La muerte es la negación del valor “vida”.

Otra cosa es analizar si es que un valor subjetivo puede ser impuesto objetivamente a un ciudadano que no quiere gozar de él. Una cosa es decidir no querer ejercer un derecho (vida), otra cosa es creer que la muerte, como negación del valor vida, sea un valor.

No se pueden imponer los derechos como obligaciones, estos se gozan exclusivamente si su destinatario los quiere ejercer. Por ello la eutanasia no puede ser un derecho, sino la vida debe ser el derecho al que uno pueda renunciar. Y lo uno no es lo otro y, cuando esto quede claro, dejarán de haber confrontaciones estériles y nos centraremos en discutir sobre si se puede renunciar a ejercer un derecho ya existente o no. A esto me refiero con llamar a las cosas por su nombre.

Entonces, bandos opuestos, reanuden la discusión, pero ahora discutan si el derecho a la vida puede no ser ejercido por quien lo ostenta. Si me preguntan a mí, les respondo: no necesito que me reconozcan un falso derecho a morir, porque ya tengo derecho a vivir y no hay quien me pueda obligar a ejercerlo. (O)

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