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El Telégrafo

Ética en la comunicación de masas

29 de junio de 2012 - 00:00

La persona humana es ante todo y fundamentalmente un ser social, inserto, evidentemente, en las circunstancias históricas y en el contexto de una realidad “porfiada” y siempre presente. Luria, fisiólogo de la era soviética,  estableció los sistemas del lenguaje: oral para la comprensión entre los seres humanos y colectivo de conocimiento y expresión, lectoescrito y audiovisual para la interrelación de las masas.

Es sustancial, por tanto, para la vida de las poblaciones, participar en la recepción de expresiones idiomáticas y alegóricas con el fin de tener una información adecuada y veraz. De allí que es una necesidad primordial de la ciudadanía informar y ser informado con bases sustanciales de ética sustantiva.

El derecho a la comunicación, obviamente, debe ampararse en preceptos importantes, como son: 1.-La libertad de creación. 2.-La imprescindible normativa moral. 3.-La difusión de informaciones y opiniones claramente verificadas.

La Constitución de Montecristi garantiza precisamente estos conceptos y principios en la medida que no se contradigan con otros derechos fundamentales.

La comunicación masiva se ha desarrollado a una escala jamás imaginada en tiempos no muy lejanos, sus avances tecnológicos superan los asertos de los “futurólogos” de principios del siglo XX, e inclusive de aquellas producciones de ciencia-ficción de las décadas de los años treinta y cuarenta  de la pasada centuria. Los medios de difusión colectiva son capaces de generar una suerte de cañoneo informativo sobre las mentes, las emociones y hasta la voluntad de sus indefensos receptores, que bien pueden ser amas de casa, ancianos e inclusive  niños.

Siendo la comunicación colectiva privada impersonal, que responde -la mayoría de las veces- a las decisiones de los propietarios de los medios en sus diferentes  modalidades, los mensajes directos indirectos y subliminales que  emiten corresponden en innumerables ocasiones a intereses particulares, ajenos a los altos postulados de la nación y, lamentablemente, también sujeto a las exigencias de los poderes fácticos existentes dentro y fuera de los países.

Por todo ello es necesario solventar que toda acción social -la comunicación colectiva lo es- debe estar sustentada en fines que sean de real beneficio para las comunidades, los valores axiológicos en la información son, o deberían serlo, la viga maestra de los medios de difusión masiva a partir de los cuatro valores esenciales de la comunicación: la veracidad, la imparcialidad, la completud y la justicia, solo así podremos traspasar la barrera que ciertos órganos de prensa se acostumbraron a ejercer en una actitud y definido convencimiento de ser un poder en lugar de lo que siempre debieron constituirse: un servicio a la sociedad.

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