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El Telégrafo

Ética de la indignación

05 de junio de 2011 - 00:00

La indignación convertida en virtud ha sido una fuerza poderosa que ha derrumbado imperios.

Así, el filósofo-sociólogo Pierre Bourdieu luchó enardecido  por “indignación ética” o “furor legítimo”, contra el colonialismo francés que consideraba a Argelia territorio de ultramar, como lo describe en su Sociología de Argelia.

Ante el criminal régimen del Apartheid, el sacerdote sudafricano, Albert Nolan O.P. acuñó el término “ética de la indignación”, como deber de los cristianos para participar en la resistencia al oprobioso sistema. Y fue más explicito aún al decir que, en tales circunstancias, la ira es una virtud, una fuerza moral, como lo sostiene en su libro Dios en Sudáfrica, el desafío del Evangelio.  

Recientemente bastó la autoincineración, en protesta indignada contra la injusticia de autoridades en Sidi Buzid, de un indignado joven licenciado tunecino, a quien la Policía le había confiscado su carrito con las frutas y verduras que vendía sin otra forma de empleo, para que surgiera a manera de incendio la “primavera árabe”, que ha llegado a España y se esparce por Europa.                                                                                                                            

El neologismo mantiene toda su vigencia y lo tendrá mientras sepamos indignarnos ante la creciente pobreza en contraste con la acumulación de riquezas inconmensurables en manos de unos pocos, ante la falta de empleo para millones de trabajadores a través del mundo, ante las hordas  de  desplazados que vagan por tierras extrañas sin techo ni recursos ni educación para sus hijos; ante la falta de escuelas, de alimentación, de atenciones básicas de salud; ante la destrucción de la naturaleza.  

La ética no se agota con la indignación, sino que implica comprometerse en la lucha contra la opresión, y en una  acción solidaria con el oprimido. No importa si es la ética religiosa la que anima al creyente o la ética laica del no creyente, unos y otros están unidos en la lucha por la justicia, inflamados por la ética de la indignación, una  misma obligación moral básica.

No se trata, pues, de una ética puramente abstracta, sino en su contexto de relaciones sociales. La ética como una construcción social, la ética como indignación ante todo aquello que deshumaniza a las personas, ante la exigencia fundamental de humanizar la vida. Se dice que el “J’accuse” de los indignados incluye al Fondo Monetario Internacional, la OTAN, la Unión Europea, las agencias de calificación financiera y el Banco Mundial.

Grito de una juventud educada en el consumismo y quemeimportismo que despierta para cambiar al mundo.

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