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El Telégrafo

Estado de opinión

07 de septiembre de 2011 - 00:00

Se lanzan ideas y hasta doctrinas. Todas giran alrededor de lo mismo: los medios imponen la agenda de discusión política y sostienen la línea discursiva que, supuestamente, explica la realidad. Esto no es nuevo ni sorprendente.

La prensa en general, siempre, ha considerado parte de su deber colocar y escoger los temas desde los cuales se debata la política, incluso citando a sus actores, autoridades, oposición o lo que sea. ¿Entonces cuál es la diferencia?

De antemano: antes eso parecía normal, nadie lo cuestionaba desde ningún poder y apenas unos cuantos estudiosos o críticos lo colocaban en un nivel de sospecha o criticidad. Para los medios era parte de su rutina colocar su opinión como una, a veces, sentencia sobre cualquier situación. De ahí el temor de ciertas autoridades cuando les caía un “periodicazo”. Ese, por ejemplo, fue el temor de Jamil Mahuad cuando el diario El Universo colocó un titular a seis columnas: “El Ecuador se hunde”, pocos meses antes de su caída; o su molestia cuando El Comercio le dirigía cartas de media página, señalándole sus errores y sugiriendo las medidas que debía adoptar.

Ahora ese llamado “Estado de opinión” es cuestionado y discutido desde algunos gobiernos y académicos en el mundo; se lo ubica como un antipoder ilegítimo porque, a decir de Rafael Correa, nace desde el interés de los dueños de los medios, sus gremios y algunos periodistas, pero no refleja la voluntad popular. Y siendo así, ¿cómo responden los medios, sus columnistas y editores? Sospecho que con ninguna autocrítica pública y a veces con mayor arrogancia, partiendo de una premisa: “La prensa libre no tiene por qué ser cuestionada por ningún poder”.

¿El Estado de derecho está por debajo del Estado de opinión, o viceversa? ¿Se somete al derecho constitucional? ¿Sus actores (los medios y periodistas) obedecen a ese Estado de opinión y no a los otros? ¿Cuáles son los límites entre uno y otros?

Por ahora lo que más importa es si la prensa, en general, reconoce cuál es su verdadero rol en la democracia.

Salvo porque se juegan intereses y posturas hasta particulares es difícil que nos sorprendan con ese “autorreconocimiento”. Y si a eso se añade que el cuestionamiento mordaz al Estado de opinión pasa también por la presencia ciudadana en las redes sociales (críticas de todo poder, incluido el de los medios) no estaría de más abordar el asunto con nuevos elementos, para iluminar una posible explicación y reflexión para dejar de lado demasiadas alusiones a las libertades de expresión y pensamiento que están en otro escenario.

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