El gobierno del presidente Lenín Moreno tiene una dura tarea frente a la transparencia. Si durante la década ganada dominó la opacidad y el ostracismo, corresponde al régimen actual la tarea histórica de desmontar las maniobras de distracción convertidas en políticas de Estado.
Hace unos días se abrieron los sobres con la información reservada que fuera entregada por el régimen a los familiares de las víctimas de secuestro y asesinato en la frontera norte. En el acto, los deudos pudieron comprobar que en los paquetes recibidos constaba información pública, ningún documento confidencial, pocos informes nuevos, además de papeles sin ningún valor.
El mensaje es que el Gobierno intenta engañar a la opinión pública entregando basura envuelta en sobres de oficina. El suceso demuestra que la improvisación sigue infiltrándose en las decisiones públicas de alto nivel e insinúa que las reuniones interministeriales durante la crisis no sucedieron o se celebraron para mirarse las caras y que no se adoptaron decisiones profesionales y que toda esta ineptitud estaría disimulada bajo una montaña de acciones publicitarias. Esto era lo típico de la revolución.
¿En dónde están los documentos que registran las negociaciones, las decisiones estratégicas y los operativos conjuntos de la fuerza pública de ambos países? ¿Por qué toda la información, acción y reacción estratégica se produce únicamente en Colombia, mientras que los voceros ecuatorianos de alto nivel solo responden con titubeos y evasivas a las interrogantes planteadas en la ruedas de prensa y que luego son contradichas en el país vecino? Todo quedó al descubierto con la supuesta información reservada que fuera entregada a los delegados de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
A su regreso, el presidente Moreno deberá auditar a quienes reservaron notas de condolencia y boletines de prensa, embalada como información confidencial y entregada, para vergüenza de un país entero, como un secreto de Estado. (O)
