El 12 de marzo de 1999 marcó el término simbólico de una era. Ese día, los ministros de Relaciones Exteriores de Polonia, la República Checa y Hungría entregaron al gobierno estadounidense los documentos de ratificación que sellaron su ingreso a la OTAN.
El escenario de la ceremonia fue la ciudad de Independence, en Misuri. Allí tuvo lugar el acto simbólico de la emancipación de las naciones sojuzgadas por la Unión Soviética después de la II Guerra Mundial.
El entusiasmo imperante hace 20 años se disipó. En Estados Unidos, Hungría, Polonia y también en Turquía, han llegado al poder políticos que apuestan por egoísmos nacionales, división y agitación, que consideran “enemigos del pueblo” a los medios de comunicación críticos y socavan el estado de derecho. Si la OTAN aspira a ser no solo una alianza militar, sino una comunidad de valores democráticos compartidos, los últimos años son de desilusión.
Tras dos décadas de la ceremonia, las palabras del expresidente estadounidense Harry S. Truman, que se citaron entonces, resuenan como una advertencia. “La seguridad de cada miembro de esta alianza depende de la seguridad de todos. Ninguno puede lograr su prosperidad económica ni su seguridad militar por sí solo”.
Es un hecho que ningún miembro de la OTAN haya sido jamás blanco de un ataque militar ruso. Sí lo ha sufrido en cambio Ucrania, que no pertenece a la alianza. No sorprende entonces que sobre todo Polonia y los países bálticos presionen tanto por contar con la presencia de tropas de Estados Unidos o de la OTAN en sus territorios.
El 12 de marzo de 1999 marcó el fin de una época. Los países que se integraron a la OTAN obtuvieron más estabilidad y seguridad. No se cumplió en cambio la esperanza del entonces ministro de Relaciones Exteriores polaco, Bronislav Geremek: que la pertenencia a la OTAN contribuyera a fortalecer la democracia, los derechos humanos y la solidaridad internacional. (O)
* Tomado de DW
