Hace poco, un colega español afincado en Quito y yo charlamos sobre el penoso desconocimiento que hay a ambos lados del océano. Los habitantes de muchos países hispanoamericanos ignoran variados aspectos de la realidad española, especialmente su historia.
Si la conocieran, si la entendieran, probablemente podrían comprender también buena parte de la suya. Ese desconocimiento ha dado lugar a países de eternos contemporáneos: sin un pasado y sin un futuro, destinados a repetir los mismos errores y a pasar por encima de los aciertos que deberían conservarse.
Pero la situación en España no es muy diferente. A pesar de que su historia está atada a la nuestra –a la de los países que fuimos sus colonias– muchos de los españoles de hoy tienen, como mucho, una idea somera, a menudo errada y caricaturesca de nosotros.
Desconocen por completo muchos aspectos en los que diferimos, pero también muchísimos en los que –para bien y para mal– somos parecidos. Guste o no, compartimos buena parte de historia, ancestros, viejas costumbres... También, incluso, dolores y frustraciones.
Hace tiempo leí un artículo en donde el columnista se quejaba amargamente de que pese a que España ha avanzado mucho en las últimas décadas, en una conversación con un alemán este había hecho uso de la figura folclórica de la España atrasada de hoteles baratos y personas bronceadas que duermen la siesta.
Con razón, el columnista se mostraba molesto. La figura que presentaba su interlocutor era la muestra de una ignorancia supina. Con frecuencia, sin embargo, sucede lo mismo cuando un hispanoamericano –ecuatoriano, por ejemplo– se halla frente a un español de cultura media que se sorprende genuinamente de que, por ejemplo, tengamos aeropuertos o de que no respondamos siempre al estereotipo físico del “latino” que esperan ver. (También este uso de la palabra “latino” es curioso, pero eso lo dejamos para otro momento…).
Los lugares comunes nacen de la ignorancia, que es el germen de varios males que deberíamos erradicar. Y para ello haríamos bien en dejar de lado estereotipos y figuras retóricas hechas de nuestros prejuicios, mirarnos con sinceridad, hacer las paces con nuestra historia y poner en marcha una vía que nos ayude a entender y entendernos. (O)
