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El Telégrafo

Espadas: patrimonio y memoria

04 de febrero de 2012 - 00:00

Se podrá estar o no de acuerdo en la entrega de las espadas de Eloy Alfaro y Pedro Montero en el contexto de la celebración de los cinco años de la Revolución Ciudadana. Se podrá estar o no de acuerdo con los miembros del ex grupo guerrillero Alfaro Vive Carajo, tanto con los que decidieron entregar las espadas o los que critican que no se les consultaron. En cualquier caso este tipo de actos simbólicos genera polémica. Pero lo que llama la atención son las declaraciones, reclamos, etc., de funcionarios municipales de Guayaquil, que de pronto reivindican la propiedad y la pertenencia de las espadas.

Los argumentos son de tipo legalista, es decir, de quién es propiedad privada los bienes públicos. Y es comprensible ese tipo de razonamientos sustentados en que la historia del país y sus bienes son pertenencia de alguien o de una institución. Es un claro ejemplo de cómo las élites han hecho y deshecho con la historia social del país. Una declaración del Alcalde de Guayaquil sorprende: “No se hacen revoluciones apropiándose delictivamente de bienes públicos” (El Universo 02/02/12). Imaginemos grandes revoluciones en el mundo sujetas a pensar que los objetos de la historia son bienes públicos, cuando precisamente lo público está en disputa, sería pensar que una revolución se hace sentado en una cómoda silla, disfrutando de la agradable y refrescante brisa del mar.

Pensemos en revoluciones como la francesa, la mexicana o la iraní, entre muchas otras, que es el pueblo el que disputa el poder y este no solo representado en las instituciones, sino en los objetos históricos; es una disputa por la misma memoria social y colectiva. También nos hace pensar el sentido y las contradicciones entre lo justo, lo legítimo y lo legal. En declaraciones de algún funcionario del museo de la ciudad que reclama la pertenencia de las espadas, lo hace desde la pesadez de la maquinaria patrimonial. Hasta hace poco las espadas estaban en el olvido, de pronto adquieren un valor político; un motivo de disputa por el pasado. De fondo están las memorias de quién fue Alfaro y la Revolución de 1895. De fondo está quién es propietario, “de hacer respetar el derecho de propiedad”, dijo el Alcalde, eso sí, cuando los peritos confirmen que son las auténticas.

Entonces, queda por observar el desenlace de esta pequeña batalla por los símbolos como legitimadores de un régimen que reivindica la figura de Alfaro y un sector de la derecha que reivindica la propiedad privada patrimonial de objetos heredados bajo el argumento de que la hija del “Viejo Luchador” las donó. Bueno, queda para reflexionar desde dónde entendemos y qué deberíamos entender los ciudadanos por el patrimonio, si no este tiende a colonizar desde donde sea la memoria social de los pueblos.

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